La confianza en los humanos se basa en dos vertientes: una es la actitud de certeza sobre uno mismo para pensar y realizar acciones; la otra es la posibilidad de que se concrete o cumpla lo que esperamos de los otros. Esto, que era muy fuerte en el pasado, hoy parece esfumarse.
En ciencias de comunicación se considera que lo que dice A a B, descifrado con alto grado de precisión y en concordancia sintáctica entre los dos elementos de la ecuación, asigna un grado de valor demostrando confianza en el sistema; sin embargo, cuando el emisor estructura mensajes con “supuestos” reduce intuitivamente la confianza en el receptor, de tal forma que la “intención” del emisor pierde el valor de verdad.
Este abuso de mensajes falsos de todo calibre y dirección han llevado a las sociedades a “desconfiar” de todo aquello que significa organización y administración del Estado, como ente protector de la sociedad, demostrándose que la técnica llamada “política” es proclive a permanente engaño.
Las poblaciones han perdido la confianza en todos los sistemas, en vista de que el discurso está vacío, nunca alcanza objetivos ni soluciones, conduciendo poblaciones a situaciones de crisis. La codicia de poder alimenta creencias que llevan a la permanente pérdida de confianza, más aún cuando los electores descubren que han puesto al frente del Gobierno a quienes consideraban una opción válida y que a la postre no lo fue, comprendiéndose que una vez más cayeron en el engaño perdiendo la confianza en las personas y el sistema.
Esto explica el significativo porcentaje que no cree en la democracia representativa y que, si perciben opciones, dudan en aceptarlas y optan por no participar en el circo en que se convirtió el sistema llamado “democrático”, etiqueta que sugiere equilibrio, pero que perdió la confianza de las masas. En tanto, cualquier hábil alquimista del lenguaje apoyado en galaxias de tiktokers puede alcanzar el codiciado sillón del trono.
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