El concepto de nación mantiene cierta ambigüedad, sin embargo, se acepta como la población dentro de un territorio delimitado, lenguaje y costumbres comunes, y que tiende a ser soberana. En el caso de nuestro país hay complejidades no resueltas, como el tema de las comunidades originarias, sus idiomas y costumbres que hoy son parte de la discusión académica y antropológica.
La Academia de Historia publicó, en un conjunto de 12 tomos, la Enciclopedia de la Historia Nacional. En el que corresponde a la provincia de Cotopaxi hay un aporte interesante al mencionar y reconocer a las poblaciones originarias, sus orígenes y relaciones, trabajo del intelectual Leonardo Barriga, que permite saber quiénes fueron y son, aquellos que dominaron estas tierras en el inmenso valle que recorre el río Cutuche y otros ríos más, lugar de asentamiento de varias culturas antes de la Inca, mostrándonos la relación de grupos orientales con occidentales, evidenciando una etapa poco conocida que explicaría las demandas comunitarias actuales y que sobreviven en el tiempo.
El tema ilustra por qué somos una sociedad complicada, dispersa y amorfa. Subyacen varias lenguas además del castellano y el kichwa. Esto quizá permite entender algunas demandas de pueblos que fueron subyugados y olvidados. Esta diversidad también permite intuir las alianzas con los conquistadores y colonizadores, en contra del resto, hecho que a su vez facilitó la dominación. Esta publicación ofrece luces para comprendernos quienes realmente somos en cuanto a país-nación, aporte que podría fomentar una verdadera identidad en medio del mosaico.
Loable esfuerzo de la Academia Nacional de Historia. Buscando la verdad se puede consolidar el sentido nacional que permita superar todos esos escollos ancestrales que se reflejan actualmente en las actitudes conflictivas, haciéndose necesarios nuevos aportes confiables para consolidarnos como “nación integrada y moderna”.
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