Mi experiencia en Costa Rica no solo fue profesionalmente enriquecedora, sino también una oportunidad para entender cómo un país puede transformarse cuando prioriza la educación, la paz y la innovación sobre el gasto militar. Costa Rica abolió su ejército el 1 de diciembre de 1948, una decisión histórica tomada por José Figueres Ferrer, presidente de la Junta Fundadora de la Segunda República. Con formación en el prestigioso MIT, Figueres decidió que los recursos del país debían invertirse en educación, salud y desarrollo social, una apuesta audaz que ha definido el modelo costarricense desde entonces.
Décadas después, ese mismo enfoque en el capital humano rindió frutos espectaculares. En 1997, el hijo de Figueres Ferrer, José María Figueres Olsen, fue presidente de Costa Rica y protagonizó una de las historias de éxito más emblemáticas del país: la llegada de Intel. En un movimiento estratégico, Costa Rica compitió con otros países latinoamericanos para albergar la planta de ensamble y prueba del gigante tecnológico. Mientras otros presidentes presentaban argumentos económicos respaldados por ministros de economía, Figueres Olsen llevó a su ministro de educación a las reuniones clave con los ejecutivos de Intel.
Esa decisión fue crucial. Costa Rica no prometió incentivos fiscales desmesurados ni mano de obra barata. En su lugar, mostró algo mucho más valioso: una población educada y un sistema que generaba ingenieros calificados listos para los desafíos tecnológicos de Intel. Ese enfoque marcó la diferencia. En 1997, Intel inauguró su planta en San Antonio de Belén, y desde entonces, su impacto ha sido transformador.
Hoy, Intel Costa Rica es una pieza fundamental de la economía del país. Con más de 3.700 empleados y oportunidades laborales para más de 5.600 contratistas, las instalaciones incluyen 26.000 metros cuadrados de planta y 17.000 metros cuadrados de laboratorios para operaciones de ingeniería de software, hardware y plataformas. Representando el 60% de las exportaciones de investigación y desarrollo de Costa Rica, Intel no solo ha creado empleos, sino que también ha atraído inversiones extranjeras adicionales, apoyado industrias locales y posicionado al país como un líder en la cadena de valor global.
Esta historia es una lección sobre cómo la inversión en educación puede atraer empresas de clase mundial y generar un impacto sostenible. Costa Rica no solo proporcionó infraestructura, sino también el talento humano que Intel necesitaba para operar y crecer.
La decisión de Costa Rica de abolir su ejército y reinvertir esos recursos en educación, salud y bienestar social ha sido una de las estrategias más visionarias de la región. Mientras otros países enfrentaban conflictos armados y desestabilidad, Costa Rica se consolidaba como un oasis de paz y desarrollo. Esta apuesta no solo permitió transformar su economía, sino también crear una sociedad más equitativa y preparada para enfrentar los retos del siglo XXI.
Mi paso por Costa Rica me enseñó que el desarrollo no se trata solo de cifras económicas, sino de decisiones estratégicas y valores que prioricen a las personas. Mientras muchos países en América Latina destinan grandes recursos a la defensa, Costa Rica invierte en su gente. Esa es la verdadera fortaleza del país tico, un modelo que debería inspirar a toda la región.
La historia de Intel y Costa Rica demuestra que la educación es la clave para un desarrollo sostenible. Un país que apuesta por el conocimiento y la paz puede lograr lo impensable: atraer inversiones, mejorar la calidad de vida de su gente y destacarse como un referente mundial. Costa Rica es una prueba viviente de que cuando los recursos se usan sabiamente, un país pequeño puede alcanzar grandes sueños.