Entrando al nuevo milenio, mi vida académica se encontraba en un momento crucial. Estaba realizando mi tesis doctoral en la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC), una institución reconocida por su excelencia y rigor. Mi investigación se centraba en analizar los datos de las pruebas Aprendo, realizadas en Ecuador años antes. Este estudio prometía ser un aporte significativo para comprender y mejorar la calidad educativa de nuestro país. Sin embargo, no estaba preparado para el desconcertante escenario que encontré al intentar acceder a la información.
Mi primer paso fue visitar el Departamento de Evaluación del Ministerio de Educación, Deporte y Cultura del Ecuador. Allí, con incredulidad, constaté que no existía un repositorio institucional de las evaluaciones. Las bases de datos no eran públicas, ni del Estado; eran propiedad del equipo consultor que había llevado a cabo el estudio. La inestabilidad política de aquellos años —con las caídas sucesivas de los gobiernos de Abdalá Bucaram y Jamil Mahuad— había dejado una honda huella en la institucionalidad del país, incluyendo la pérdida de información clave para el desarrollo educativo.
Decidido a encontrar una solución, visité las oficinas del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en Quito, esperando que pudieran guiarme. Allí, me confirmaron que, con cada cambio de autoridades en el país, mucha información se había extraviado. Sin embargo, también me dieron una pista valiosa: hablar con Luis Enrique Galarza, entonces decano de la PUCE, quien tenía una visión clara y estructurada sobre los desafíos educativos del país.
La conversación con Luis Enrique marcó un punto de inflexión. Me pidió que asumiera la dirección de un posgrado que enfrentaba problemas con el CONESUP y estaba en riesgo de cierre. Acepté el reto, convencido de que podía contribuir a transformar la situación. Diseñé un programa innovador que incluía una maestría con especialización y un diplomado, con la ambiciosa meta de establecer un doctorado de alta calidad en el futuro. No solo cumplimos con los estándares exigidos, sino que también sentamos las bases para un Centro de Investigación Educativa, un programa de profesionalización docente y un convenio de intercambio académico con la Universidad de Valencia en España.
Este trabajo no solo fue el inicio de una fructífera colaboración con la PUCE, sino también el comienzo de una amistad entrañable con Luis Enrique Galarza, un visionario comprometido con la mejora de la educación en Ecuador. Mi experiencia doctoral en Chile, con su enfoque riguroso y su énfasis en la investigación aplicada, comenzó a rendir frutos tangibles en mi país natal.
Esta etapa de mi vida no solo me enseñó sobre la resiliencia y la creatividad necesarias para enfrentar desafíos estructurales, sino también sobre el inmenso valor de rodearse de aliados que compartan la pasión por construir un futuro mejor. Al mirar hacia atrás, veo cómo los obstáculos se convirtieron en oportunidades para aportar al fortalecimiento de la educación en Ecuador, un compromiso que sigue guiando mi camino.