Desde mi infancia, la lectura ha sido una parte esencial de mi vida. Provengo de una familia que ama los libros y que me inculcó desde temprana edad el valor de la palabra escrita. Mi adolescencia fue una época especialmente significativa. Pasaba horas en la Biblioteca del Vicente León, donde la asesora Cecilia Maldonado de Rampany me guio por el vasto mundo de la literatura. Los fines de semana me convertía en asiduo visitante de la biblioteca de la Casa de la Cultura Núcleo de Cotopaxi, un espacio que se convirtió en mi refugio y mi punto de partida hacia el universo de los libros.
Con el paso de los años, heredé los libros de mis tíos, quienes habían emigrado a Venezuela. Esta herencia literaria fue el germen de una gran colección personal. Mi amor por los libros no se limitó a la lectura; también me convertí en un ferviente coleccionista, con especial interés en libros raros y firmados por sus autores. Durante años, reuní una biblioteca que llegó a albergar 7.500 libros técnicos, con una fuerte presencia de obras de física, matemáticas y astrofísica. Esta colección fue donada posteriormente a la biblioteca del Observatorio de Quito y a una universidad privada, con la esperanza de que otras personas pudieran aprovechar este acervo de conocimiento.
El amor por los libros fue el preludio de mi incursión en la escritura. Asistir a uno de los talleres dictados por Edgar Alan García en los «Agosto, mes de las artes» en la década de los ochenta marcó un hito en mi trayectoria. Fue allí donde descubrí mi pasión por la narrativa, la literatura y la necesidad de contar historias. Desde entonces, he escrito numerosos artículos, abarcando desde lo narrativo hasta lo didáctico y lo científico. Cada género me ha permitido explorar distintas formas de expresión y conectar con diferentes audiencias.
Uno de los proyectos más significativos de mi vida fue la escritura de una novela. Con gran entusiasmo, envié el borrador de la obra al gran escritor Ernesto Sábato en Argentina. Con la humildad y generosidad que lo caracterizaban, Sábato me hizo llegar su apreciación sobre mi manuscrito. La emoción de recibir una respuesta de una figura literaria tan ilustre fue indescriptible. Más adelante, decidí viajar a su casa, ubicada en el número 3135 de Santos Lugares, en la Provincia de Buenos Aires. Sin embargo, no pude anticipar mi visita, por lo que no logé hablar con él en persona, un anhelo que aún conservo.
Otra de mis aventuras en busca de autógrafos me llevó hasta la casa de Gabriel García Márquez, «Gabo», en Cartagena. Mi objetivo era conocerle y, con suerte, obtener su firma. Desafortunadamente, Gabo se encontraba radicado en México, por lo que el encuentro no pudo concretarse. No obstante, la búsqueda de esos momentos de conexión con las figuras literarias ha sido una parte fundamental de mi vida como escritor y coleccionista.
En la actualidad, mi amor por la literatura se ha fortalecido aún más. Soy miembro activo del club de lectura «Máquina Combinatoria», donde semanalmente exploramos nuevos libros. Esta metodología de lectura continua ha transformado mi forma de consumir literatura. Ahora leo varios libros al mes, lo que me ha permitido mantener una producción constante de artículos literarios. Escribir se ha convertido en una necesidad vital, una forma de organizar el mundo y de compartir mis reflexiones con los demás.
Mirando hacia atrás, mi camino ha estado entrelazado con la lectura, la escritura y la colección de libros. Desde los días en la biblioteca del Vicente León hasta las visitas a los talleres literarios y la búsqueda de autógrafos de autores legendarios, he construido una relación profunda con la palabra escrita. Cada libro, cada artículo y cada historia son parte de un legado que espero seguir cultivando. La escritura es más que un acto creativo: es una forma de vida.