El encuentro con Stephen Hawking y el legado de la curiosidad infinita

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Desde mis días en la escuela Isidro Ayora de Latacunga, el deseo por conocer y explorar el mundo fue alimentado por la curiosidad innata y las oportunidades brindadas por mis maestros. Recuerdo con especial gratitud al profesor Tapia, quien nos pidió redactar cartas a las embajadas acreditadas en el país. Para nuestra sorpresa, recibimos folletos e información valiosa de cada país, lo que despertó en mí una pasión por conocer más allá de las fronteras.

Durante mi adolescencia, esta curiosidad evolucionó en algo mucho más grande: la búsqueda del conocimiento científico. Siguiendo el ejemplo del ambateño Luis Armando Romo Saltos, quien tuvo la oportunidad de charlar con Albert Einstein, decidí emprender mi propia misión. Romo Saltos había aprovechado una ocasión única para hacerle dos preguntas cruciales a Einstein: una sobre los postulados epistemológicos de la Teoría de la Relatividad y otra sobre sus creencias personales acerca de Dios. La respuesta de Einstein fue inolvidable: la relatividad se fundamenta en la constancia de la velocidad de la luz y la existencia del espacio-tiempo como una cuarta dimensión. Sobre Dios, Einstein declaró creer en el Dios de Spinoza, una deidad presente en la esencia del universo, no un ser antropomórfico.

Siguiendo ese ejemplo, decidí enviar cartas a varios de los grandes nombres de la ciencia y la astronomía: Guillermo Haro, Carl Sagan, Arno Penzias y, por supuesto, Stephen Hawking. Mis cartas les pedían orientación sobre temas de investigación y consejos para estudiar astrofísica. La emoción que sentí al recibir la respuesta del Departamento de Matemáticas Aplicadas y Física Teórica (DAMTP) de la Universidad de Cambridge aún perdura en mi memoria. La carta, con la firma de Stephen Hawking, explicaba que debido a su estado de salud no podía mantener correspondencia epistolar, pero ese simple gesto dejó una huella imborrable en mí.

Otras respuestas también fueron extraordinarias. Recibí una caja de libros de astrofísica, números del «Astrophysical Journal» y una carta de recomendación firmada por Arno Penzias, premio Nobel de Física de 1978. Esta carta fue crucial para mis estudios de posgrado en astrofísica en Chile, donde Hernán Quintana, alumno de Penzias y director del Instituto de Astrofísica de la Pontificia Universidad Católica de Chile, me permitió dar un gran paso en mi formación académica.

Durante mis estudios en Chile, tuve la oportunidad de asistir a un simposio que contó con la presencia de Stephen Hawking como ponente principal. Sus charlas eran profundas y complejas, pero su presencia en la sala era electrizante. Cada palabra que pronunciaba, apoyado en su dispositivo de síntesis de voz, se sentía como una revelación.

El profesor Claudio Teitelboim, uno de los organizadores del seminario, también jugó un papel importante en esa experiencia. Después de la presentación, tuve la oportunidad de acercarme a Hawking y hacerle una pregunta que me preocupaba profundamente: «¿Qué temas podemos investigar en Ecuador?». La respuesta de Hawking fue simple pero poderosa: «Investigen temas en los que tengan por lo menos una masa crítica de investigadores con alta formación y que hayan dirigido tesis doctorales». Teitelboim, en tono jocoso, pero con una lección implícita, añadió: «Si en Ecuador hay un experto en ovnis, dedíquense a estudiar ovnis».

Conocer en persona a Stephen Hawking, escuchar sus palabras y sentir la profundidad de su pensamiento fue una de las experiencias más impactantes de mi vida. Desde las primeras cartas enviadas a embajadas y científicos hasta mi encuentro con uno de los mayores genios de la historia moderna, he aprendido que el conocimiento se construye con curiosidad, esfuerzo y la valentía de hacer preguntas.

El legado de los grandes científicos, desde Einstein hasta Hawking, me ha enseñado que no hay pregunta pequeña ni sueño inalcanzable. Hoy, más que nunca, estoy convencido de que el estudio de la ciencia no solo nos permite entender el universo, sino que también nos conecta con la esencia más profunda de la humanidad. Mi historia es prueba de ello.

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