El misterioso bólido de Cotopaxi

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En una noche despejada de verano, allá por mediados de los años setenta, la provincia de Cotopaxi fue testigo de un evento celestial que dejó una marca indeleble en la memoria de quienes lo presenciamos. Era alrededor de las 21:00 horas cuando un gran bólido surcó los cielos, iluminando la oscuridad con un destello cegador y una estela de misterio.

La tranquilidad de la noche fue interrumpida por el sobrevuelo de un meteoroide que atravesó varias provincias, incluyendo la ciudad de Latacunga, antes de dirigirse hacia el páramo de Los Llanganates. Los habitantes, sorprendidos por el espectacular fenómeno, observaban con asombro cómo la enorme bola de fuego atravesaba la atmósfera terrestre, dejando tras de sí una estela luminosa.

El bólido, con un diámetro aproximado de 15 metros y una masa de varios miles de toneladas, ingresó a la atmósfera a una velocidad de alrededor de 20 km/s. Al desintegrarse a una altura de aproximadamente 20.000 metros, liberó una cantidad de energía enorme que iluminó el cielo nocturno de varias provincias. La mayor parte de esta energía se liberó entre los 5 y 15 kilómetros de altura, lo que hizo a este evento particularmente notable, ya que la mayoría de los objetos de este tipo suelen quemarse a una mayor altitud.

Este evento meteórico evocó recuerdos del famoso bólido de Tunguska de 1908, que devastó una vasta área en Siberia. Aunque el bólido de Cotopaxi mayormente se desintegró en la atmósfera, su paso fue suficiente para sacudir la tranquilidad de la región y despertar un profundo interés entre los testigos. Los fragmentos que pudieron haber caído en el páramo de Los Llanganates se convirtieron en un objeto de curiosidad y especulación.

Lamentablemente, no se realizaron estudios científicos detallados sobre el evento, y solo se conservaron las observaciones y relatos de las personas que lo vieron. A pesar de esto, las historias de aquella noche continuaron transmitiéndose de boca en boca, creando un mito en torno al misterioso bólido.

Se cree que el meteoroide provenía del cinturón de asteroides de nuestro Sistema Solar, perteneciendo al grupo Apolo, conocido por sus órbitas que los acercan al Sol y luego los alejan hasta las regiones más externas del cinturón de asteroides. Este viaje celestial lo llevó a sobrevolar la sierra central del Ecuador antes de consumir su energía en un espectáculo de luz y sonido.

La aparición de este bólido en los cielos de Cotopaxi no solo fascinó a quienes lo presenciamos, sino que también dejó un legado de misterio y maravilla. Este evento es un recordatorio de la vastedad y la imprevisibilidad del cosmos, y de cómo, en un instante, el cielo nocturno puede convertirse en un escenario para fenómenos extraordinarios que nos conectan con los secretos del universo.

El bólido de los años setenta, con su resplandor y estruendo, sigue siendo una historia contada con asombro y admiración, un eco de la grandeza y el misterio que habita más allá de nuestro cielo estrellado.

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