El 9 de abril de 1972, la ciudad de Latacunga despidió a uno de sus hijos más ilustres, Don Rafael Cajiao Enríquez, cuyo legado como líder visionario marcó una era de progreso y modernidad. Su vida y obra son el retrato de un verdadero monarca andino, un hombre que dedicó su existencia al servicio de su comunidad y que dejó una huella imborrable en la historia de la ciudad.
Elegido alcalde en cinco ocasiones, Don Rafael Cajiao Enríquez comenzó su primera gestión el 1 de diciembre de 1947. Durante las décadas de los años 50 y 60, lideró un periodo de notables avances en infraestructura, educación y servicios públicos, sentando las bases de lo que hoy es la moderna Latacunga. Su ejemplo de trabajo incansable y compromiso genuino con la ciudadanía es una inspiración para las generaciones presentes y futuras.
Entre las obras más destacadas de su administración se encuentra la construcción de la Central Hidroeléctrica Illuchi, que trajo energía y desarrollo a la región. También impulsó la apertura de caminos, la entrega de agua potable a sectores urbanos y rurales, y la construcción de escuelas que beneficiaron a miles de niños latacungueños.
En 1938, completó el Mercado Pichincha, un proyecto iniciado por el Sr. Fernando Ruiz Bastidas, y adecuó la emblemática Plaza del Salto, que hasta hoy es un punto de referencia en la ciudad. Su preocupación por el bienestar de la comunidad lo llevó a donar, de su propio bolsillo, cien sucres para que los jóvenes fundaran el Club Social y Deportivo Chile, una muestra de su apoyo al deporte y la recreación.
Uno de sus gestos más recordados ocurrió el 23 de junio de 1965, cuando donó un lote de terreno en el sector de San Agustín para la construcción del edificio del Cuerpo de Bomberos de Latacunga. Este edificio, que aún presta servicio a la comunidad, es un testimonio de su compromiso con la seguridad y el bienestar ciudadano.
Incluso en los pequeños detalles, Don Rafael mostró su dedicación. Su bolsillo personal se convirtió en la «caja chica» de la municipalidad, cubriendo pequeñas compras necesarias para el funcionamiento del gobierno local. Además, implementó la icónica sirena que marcaba las horas, un sonido que resonaba en toda la ciudad y que aún vive en la memoria de los latacungueños.
Más allá de las obras tangibles, Don Rafael Cajiao Enríquez fue un ejemplo de entrega total al servicio público. Jubilado de telegrafista en Londres, volvió a sus raíces y su compromiso con Latacunga. En 1972 falleció siendo alcalde, dejando un legado de progreso, dedicación y amor por su tierra.
Don Rafael Cajiao Enríquez no solo lideró, sino que vivió para su ciudad. Su vida es un recordatorio de que el verdadero liderazgo no se mide por los títulos, sino por el impacto duradero que deja en su comunidad. Latacunga guarda su memoria como un faro de inspiración, un ejemplo de cómo el servicio y la visión pueden transformar vidas.
Su legado vive en cada rincón de la ciudad que ayudó a construir, y su nombre permanece grabado en la historia como el Monarca Andino que marcó una era de esplendor para Latacunga.