El sueño de un reactor nuclear

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A finales de los años 80, el Ecuador estaba gestando un proyecto que, de haberse concretado, habría marcado un hito en el desarrollo científico y tecnológico del país: la construcción de un reactor nuclear de investigación. Este ambicioso plan era liderado por la Comisión Ecuatoriana de Energía Atómica y tenía como finalidad principal la producción de radioisótopos de uso medicinal, esenciales en la lucha contra el cáncer y otras enfermedades. Hasta el día de hoy, estos radioisótopos deben ser importados a costos muy elevados, lo que limita su disponibilidad para quienes más los necesitan.

El reactor, que se planeaba construir en Aychapicho, dentro del Fuerte Militar Atahualpa, tenía también un propósito adicional: sentar las bases para el desarrollo de un reactor de potencia capaz de generar electricidad. Esta iniciativa no solo habría diversificado nuestra matriz energética, sino que también habría impulsado significativamente el avance de la física nuclear en el Ecuador.

En el contexto de los años 80, las tensiones con nuestro vecino del sur, Perú, estaban en aumento. Muchos interpretaron el proyecto del reactor nuclear como una respuesta a las capacidades tecnológicas del país vecino, un intento de demostrar que Ecuador también podía avanzar en el campo nuclear. Sin embargo, más allá de las percepciones geopolíticas, el objetivo central del proyecto era fortalecer nuestra independencia tecnológica y diversificar nuestras fuentes de energía.

El proyecto del reactor nuclear enfrentó una fuerte oposición, especialmente por parte de grupos ecologistas, que expresaron preocupaciones sobre los posibles riesgos ambientales y de seguridad. A medida que estas voces ganaban fuerza, el entusiasmo inicial por el reactor comenzó a desvanecerse. Eventualmente, la propuesta quedó relegada al olvido, y con ello, una oportunidad de oro para el desarrollo científico del Ecuador.

Hoy, al mirar hacia atrás, es inevitable preguntarse qué habría sido del Ecuador si este proyecto se hubiera concretado. Dependemos casi exclusivamente de la energía hidráulica, una fuente que, aunque limpia, es vulnerable a los cambios climáticos y a las fluctuaciones estacionales. La diversificación de nuestra matriz energética es una necesidad apremiante, y los reactores nucleares modernos ofrecen una alternativa segura y confiable.

Además, el desarrollo de la física nuclear en el país habría dado un salto significativo con la presencia de un reactor de investigación. No solo habríamos fortalecido nuestra capacidad científica y tecnológica, sino que también habríamos formado generaciones de profesionales especializados, capaces de liderar proyectos innovadores en beneficio de nuestra sociedad.

Aunque el proyecto del reactor nuclear ecuatoriano no se concretó, su legado sigue vivo como un recordatorio de lo que podemos lograr cuando soñamos en grande. Es necesario seguir apostando por la ciencia, por las ideas audaces y por el desarrollo tecnológico como pilares del progreso nacional. Tal vez, en el futuro, podamos retomar iniciativas como esta, con la convicción de que la ciencia y la tecnología son herramientas esenciales para construir un Ecuador más fuerte, independiente y próspero.

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