El 5 de agosto de 1949, a las 14:08, el Ecuador se enfrentó a una de sus pruebas más difíciles. Un poderoso terremoto de magnitud 6.8, con epicentro cerca de Pelileo, sacudió la región, dejando tras de sí una devastación inimaginable. El sismo, conocido como el Terremoto de Ambato o de Pelileo, transformó el paisaje y la vida de miles de personas en un abrir y cerrar de ojos.
El impacto fue catastrófico. Pelileo, una vez una ciudad próspera, quedó completamente destruida. Grandes deslizamientos de tierra y grietas en el terreno se llevaron casas, caminos y vidas. La magnitud del desastre fue tal que Pelileo tuvo que ser reconstruida en otro sitio, mientras el área original quedó como un recordatorio de la tragedia, ahora conocida como Pelileo Viejo.
Ambato también sufrió enormemente, con el 75% de sus edificaciones reducidas a escombros. La Iglesia Matriz, el Palacio de la Gobernación, y otros edificios públicos colapsaron. Las redes de agua y comunicación fueron destruidas, aislando a la ciudad en su momento más crítico.
En Latacunga, el terremoto dejó una huella imborrable. Con el 90% de sus edificios dañados, la ciudad se enfrentó a un panorama desolador. Las iglesias, viviendas y edificios gubernamentales se derrumbaron, y los habitantes se encontraron sin refugio ni recursos básicos. Sin embargo, la comunidad se unió en un esfuerzo de reconstrucción que destacó la resiliencia y el espíritu de solidaridad de su gente.
El Presidente del Ecuador, Galo Plaza Lasso, se desplazó rápidamente a la zona afectada, tomando el control de los esfuerzos de rescate. Se establecieron puentes aéreos desde Quito, y la ayuda internacional no tardó en llegar. La Cruz Roja, junto a equipos de rescate nacionales e internacionales, trabajaron incansablemente para salvar vidas y proporcionar alivio a los sobrevivientes. El Ejército de los Estados Unidos envió suministros esenciales, mientras que países vecinos contribuyeron con medicamentos y alimentos.
A pesar de la devastación, las comunidades afectadas no se dejaron vencer. Ambato decidió canalizar su dolor en la creación del Festival de Frutas y Flores en 1950, un evento destinado a revitalizar el espíritu de la ciudad y fomentar la unidad. Este festival, que continúa celebrándose anualmente, simboliza la capacidad de la ciudad para resurgir de las cenizas y seguir adelante.
El terremoto de 1949 nos recuerda la vulnerabilidad de Ecuador ante los desastres naturales y la importancia de la preparación y la prevención. La memoria de aquellos días oscuros sigue viva en las generaciones actuales, inspirando a las comunidades a fortalecer sus infraestructuras y estar siempre listas para enfrentar cualquier desafío que la naturaleza pueda presentar.
Este trágico evento no solo cambió el paisaje físico de Ambato, Pelileo y Latacunga, sino que también forjó un legado de resiliencia, unidad y esperanza que perdura hasta el día de hoy.