Cursaba el prepolitécnico en la Escuela Politécnica Nacional, una etapa llena de retos académicos y descubrimientos personales. Era común que algunos problemas de física o matemáticas parecieran imposibles de resolver, al menos en el escritorio. En esos momentos de bloqueo, me ponía el calentador, amarraba las zapatillas y salía a trotar. Mi recorrido favorito comenzaba en la Gaspar de Villarroel, seguía por la Eloy Alfaro y cerraba el circuito al regresar por la 6 de Diciembre. Mientras corría, sentía cómo el aire fresco y el esfuerzo físico despejaban mi mente. A mitad del camino, casi como un milagro, la solución al problema que tanto me preocupaba surgía con claridad.
Descubrí que el trote no solo oxigena el cuerpo, sino también la mente. Esta combinación de esfuerzo físico y reflexión activa se convirtió en un hábito que me ha acompañado toda la vida. Ya sea enfrentando problemas estudiantiles o desafíos profesionales, trotar se ha mantenido como mi método infalible para encontrar soluciones.
Pero el trote no es solo un medio para resolver problemas; es también una de mis grandes pasiones. Participar en carreras y maratones ha sido una constante en mi vida. Entre ellas, la Quito Últimas Noticias ocupa un lugar especial en mi corazón. Era un evento que esperaba con ansias cada año, no solo por la emoción de la competencia, sino por la alegría de compartir la pista con miles de corredores que, como yo, aman el deporte.
En mis años fuera del país, no dejé de trotar ni de participar en maratones. Corrí en Santiago de Chile, en San José, Costa Rica y en Madrid, España, experiencias que me ofrecieron no solo desafíos deportivos, sino también la oportunidad de conocer nuevas ciudades y personas. Recuerdo que, al finalizar la maratón de San José, terminé en un lugar completamente desconocido. Sin mapas ni ayuda, decidí regresar a pie, casi rehaciendo el recorrido completo. Aunque el regreso fue largo, se convirtió en una anécdota inolvidable y una oportunidad para descubrir la ciudad desde otra perspectiva.
El trote me ha dado más que buenos tiempos y medallas. Ha sido un maestro de vida, enseñándome sobre resistencia, perseverancia y el valor de seguir adelante incluso cuando el camino parece difícil. Me ha regalado amistades, momentos de introspección y, sobre todo, una conexión más profunda conmigo mismo.
Hoy, cada vez que me pongo las zapatillas y salgo a correr, siento la misma emoción que cuando corría por las calles de Quito en mi juventud. El trote sigue siendo mi refugio, mi espacio de creatividad y mi recordatorio de que, a pesar de los obstáculos, siempre hay una forma de avanzar. Porque, como en la vida, en cada zancada hay un paso más hacia la meta.