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El Cotopaxi, con su imponente presencia y su cono nevado, se alza majestuoso sobre la Cordillera Oriental del Ecuador. Es un símbolo de la fuerza de la naturaleza y un recordatorio constante de su poder destructivo. A lo largo del siglo XX, este volcán ha tenido varios episodios eruptivos menores, pero ha sido en las últimas décadas cuando su actividad ha captado nuevamente la atención y preocupación de científicos y residentes por igual.

El último episodio eruptivo significativo del siglo XX ocurrió en 1942, pero fue en los años 1975-1976 cuando el Cotopaxi presentó una crisis sísmica que motivó la instalación de la primera estación sísmica en 1977. Esta medida marcó el inicio de una nueva era de vigilancia instrumental del volcán. La actividad interna y superficial del Cotopaxi aumentó de manera alarmante en 2001, con una crisis sísmica mayor, deformación de sus flancos y emisión de gases volcánicos, señales claras de la agitación en su interior.

Después de más de siete décadas de relativa calma, el Cotopaxi despertó el 14 de agosto de 2015, con una erupción que duró casi cuatro meses. Aunque esta erupción fue pequeña en términos de volumen expulsado (VEI 1), su impacto no pasó desapercibido. La emisión de cenizas afectó principalmente a las zonas agrícolas y turísticas de Cotopaxi, y se formaron pequeños lahares secundarios, recordando a todos la peligrosa dualidad del Cotopaxi: un guardián de belleza y una amenaza latente.

El Cotopaxi no solo es uno de los volcanes más peligrosos, sino también uno de los más vigilados en Ecuador. La instalación de la primera estación sísmica en 1977 fue solo el comienzo. Desde entonces, la red de monitoreo se ha expandido y mejorado, con la finalidad de proporcionar una vigilancia continua y precisa. Esto es esencial, ya que las erupciones del Cotopaxi pueden generar grandes lahares que amenazan a más de 300.000 personas, y la caída de ceniza puede afectar extensas áreas de la Sierra y la Costa del país.

El 21 de octubre de 2022, el Cotopaxi volvió a emitir cenizas, iniciando una erupción que se extendió hasta julio de 2023. Aunque esta erupción fue menos intensa que la de 2015, la duración y la persistencia de la emisión de gases y cenizas mantuvieron a los entes científicos y de respuesta en estado de alerta. Durante estos meses, se reforzaron los planes de emergencia y evacuación, destacando la importancia de estar siempre preparados ante la imprevisibilidad del volcán.

Situado a una distancia de 35 km al noreste de Latacunga y 45 km al sureste de Quito, el Cotopaxi es un gigante de 5897 metros de altura. Su cono simétrico y su cráter, con un diámetro que varía entre 650 y 800 metros, dominan el paisaje andino. Rodeado de páramos y otros volcanes como el Sincholahua, Quilindaña y Rumiñahui, el Cotopaxi es tanto un atractivo turístico como una fuente de temor para las comunidades que viven bajo su sombra.

La peligrosidad del Cotopaxi no radica solo en sus erupciones frecuentes, sino también en su capacidad de generar enormes lahares y en la cantidad de población expuesta a sus amenazas. Las erupciones históricas han causado importantes pérdidas socioeconómicas, y es inevitable que episodios similares se repitan en el futuro. La caída de ceniza y la formación de lahares son riesgos constantes para las comunidades del Valle Interandino y el Valle de los Chillos.

El Cotopaxi seguirá siendo una amenaza latente y un desafío para los científicos y las autoridades. La vigilancia constante y la preparación de las comunidades son esenciales para mitigar los riesgos. La historia del Cotopaxi es un recordatorio de la fuerza incontrolable de la naturaleza y de la resiliencia humana frente a los desastres naturales.

El volcán Cotopaxi, con su majestuosa belleza y su letal potencial, seguirá siendo un símbolo de la dualidad de la naturaleza: fuente de vida y destrucción, guardián sereno y amenaza persistente. Su presencia imponente en los Andes es un recordatorio de la necesidad de respetar y comprender los poderes naturales que modelan nuestro mundo.

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