La estadística y la humanidad

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Era el inicio del nuevo siglo, y yo acababa de regresar de Chile con el corazón lleno de entusiasmo y la mente cargada de conocimientos frescos que anhelaba compartir. La Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) se convirtió en mi casa académica, donde asumí la cátedra de estadística, una asignatura que combina números, análisis y, para mi sorpresa, historias humanas. Mi labor era reemplazar al legendario jesuita Hernán Andrade, quien había impartido la materia con rigurosidad y excelencia durante muchos años. Sabía que tenía frente a mí una gran responsabilidad: mantener los altos estándares que él había establecido.

Sin embargo, la estadística en la PUCE no era solo una cuestión de números y fórmulas. Una anécdota particular, profundamente arraigada en la memoria colectiva de la universidad, añadía un toque de color y humanidad al ambiente académico. El jesuita Juan Espinosa Pólit, hermano del renombrado traductor de clásicos Aurelio Espinosa, era una figura peculiar. Conocido afectuosamente como ‘Shishipo’, su pronunciación particular del castellano y su carácter excéntrico eran legendarios. Pero había un detalle que marcaba a los estudiantes de Latacunga: cuando notaba apellidos latacungueños en su lista, preguntaba con un tono inquisitivo: «¿De Latacunga?» Al obtener una respuesta afirmativa, exclamaba: «¡Dos puntos menos!» Nadie sabía a ciencia cierta el origen de su antipatía hacia mi tierra, pero la tradición se mantenía viva en la memoria de los estudiantes.

Cuando me hice cargo de la cátedra, decidí darle un giro a esa historia. El primer día de clases, al revisar la lista, cuando encontraba un apellido que resonaba con mi tierra natal, preguntaba con una sonrisa: «¿De Latacunga?» Ante la respuesta afirmativa, replicaba con entusiasmo: «¡Dos puntos más!» Esta pequeña intervención se convirtió en un puente que rompió el hielo entre mis estudiantes y yo. Fue mi manera de revertir una tradición que, aunque jocosa, podía ser un lastre para los latacungueños, y de instaurar un ambiente de calidez y cercanía.

La estadística, a menudo percibida como fría y técnica, se transformó en un espacio de aprendizaje humano. Mis clases no eran solo sobre distribuciones, pruebas de hipótesis o regresiones; los insumos eran bases de datos reales, eran sobre cómo los números reflejan las realidades humanas, cómo detrás de cada dato hay una historia y cómo la estadística puede ser una herramienta para comprender mejor el mundo y mejorar nuestras decisiones. Mis estudiantes no solo aprendían fórmulas; aprendían a conectar los números con la vida real.

Mi tiempo en la PUCE fue una etapa inolvidable. Las aulas no solo fueron testigos de conocimientos transmitidos, sino también de amistades forjadas y momentos compartidos. Esa conexión fraterna con mis alumnos es, hasta hoy, uno de los recuerdos más preciados de mi carrera. Cambiar una tradición, por pequeña que fuera, me permitió demostrar que la enseñanza va más allá del contenido; también es un acto de humanidad. Y sí, con mucho orgullo puedo decir que los latacungueños, al menos en mis clases, siempre empezaban con dos puntos más.

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