El año 2005 marcó un nuevo capítulo en mi vida profesional y personal. Inmerso en el programa de Maestría en Economía del Desarrollo de la Flacso, tuve la oportunidad de tener como profesor de Macroeconomía a Rafael Correa Delgado, poco antes de que asumiera el cargo de Ministro de Economía. Correa era un orador brillante, pero también una figura cuya convicción dejaba poco espacio para el disenso. En una de sus clases, al debatir sobre educación, me atreví a contradecirlo abiertamente, un acto que su ego no toleró y que, según supe después, me colocó en su «lista negra».
Sin embargo, mi voto en las elecciones de 2007 fue para él. Creía que representaba un cambio necesario para Ecuador frente a un panorama donde la alternativa, Álvaro Noboa, no parecía ofrecer soluciones reales. Mi esperanza, como la de muchos, se desvaneció rápidamente al ver cómo su modelo del socialismo del siglo XXI se alejaba de las promesas de progreso inclusivo y caía en las garras del autoritarismo y el populismo. Desilusionado, en 2007 hice mis maletas y acepté un puesto como experto en modelo económico en Costa Rica.
Llegar a Costa Rica fue como descubrir un oasis en medio del caos latinoamericano. Un país sin ejército, con universidades de prestigio y una institucionalidad que servía como referente para la región. En este contexto, trabajé en el desarrollo de un modelo econométrico, una tarea que me permitió explorar de cerca las fortalezas y desafíos de la economía costarricense.
Tuve el privilegio de entrevistarme con Óscar Arias, presidente en su segundo mandato y Premio Nobel de la Paz, quien jugó un papel clave en los procesos de pacificación de Centroamérica en los años ochenta. Su serenidad y visión estratégica dejaron una impresión duradera en mí. Nuestra conversación giró en torno a las oportunidades de desarrollo para Costa Rica y Ecuador, explorando cómo ambos países podían construir modelos más inclusivos y sostenibles.
Otra experiencia memorable fue mi encuentro con Alberto Dahik, entonces asilado en Costa Rica. A pesar de ser una figura controvertida en la política ecuatoriana, Dahik mostró una calidez que contrastaba con su imagen pública. Conversamos sobre su vida en el exilio, su visión de reducir el papel del Estado y sus esperanzas de regresar al Ecuador. Su enfoque, que priorizaba la empresa privada y la austeridad fiscal, seguía siendo el eje de su pensamiento económico.
Recuerdo con claridad una caricatura de la época en que fue vicepresidente: Dahik zarandeaba a «Juan Pueblo» para sacarle hasta el último centavo, proclamando que, con su modelo, «la inflación sería del 0%». Esta representación era una sátira de su énfasis en la estabilidad macroeconómica a cualquier costo, un enfoque que, aunque con méritos, no logró resolver las profundas desigualdades del país.
Lo más sorprendente del encuentro fue su modestia. Al salir de su oficina con un paraguas en mano para hacer las compras del almuerzo, me pregunté cómo alguien que había sido una de las figuras más poderosas de Ecuador podía pasar desapercibido. Ni siquiera el guardia que lo observaba sabía que había manejado la economía de un país con la misma lógica austera con la que administraba su hogar.
Mi experiencia tanto con el modelo de Correa como con el de Dahik me llevó a una conclusión: ninguno de los dos extremos es la respuesta. El socialismo del siglo XXI prometía justicia social, pero se ahogó en autoritarismo y centralismo. El liberalismo extremo, como el de Dahik, priorizaba la estabilidad económica, pero a costa del bienestar de los más vulnerables. La solución está en el centro, en una tercera vía que tome lo mejor de ambos mundos: la eficiencia del mercado junto con una política pública que garantice derechos y equidad.
Costa Rica me enseñó que un equilibrio entre ambos enfoques es posible. Su modelo, aunque no perfecto, combina una economía abierta con un sólido estado de bienestar. Mi paso por este país no solo fue una experiencia profesional enriquecedora, sino una lección de vida sobre cómo construir modelos de desarrollo que trasciendan los extremos ideológicos. Hoy más que nunca, creo que el futuro de Ecuador y de América Latina radica en encontrar ese equilibrio.