Mi amor eterno por los libros

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Desde mis primeros años en Latacunga, los libros se convirtieron en mis compañeros más fieles, alimentando una pasión que sigue viva hasta hoy. Era un ratón de bibliotecas, un explorador de estantes cargados de tesoros literarios y científicos. La Biblioteca del Colegio Vicente León era un refugio donde la directora, doña Cecilia Maldonado de Rampany, me permitía recorrer sus estanterías, despertando en mí un amor por el conocimiento. La Biblioteca Municipal, bajo la custodia de la inolvidable Lola Calero, me reveló joyas cuidadosamente guardadas, mientras que los sábados, la Casa de la Cultura en los Molinos Montserrat era mi parada obligatoria, donde las obras de física capturaban mi imaginación.

Recuerdo con especial cariño el día en que adquirí el Manual de Fórmulas y Tablas Matemáticas de la serie Schaum. Estaba en cuarto curso y aquel libro se convirtió en un compañero inseparable, un recurso invaluable que aún conservo. En Latacunga, conseguir libros era un desafío. Por eso, cuando viajábamos a Ambato, aprovechaba cada oportunidad para adquirir alguno, convenciendo a mis padres de que sería útil para mis estudios. Y lo fue, no solo para mi formación académica, sino para moldear mi vida profesional.

Con el tiempo, mi colección creció gracias a los libros de ingeniería que heredé de mi tío Julio, quien se estableció en Venezuela. Física, matemáticas, astrofísica, literatura, economía y educación encontraron su lugar en mis estantes. Mi época de estudiante en Quito fue otro capítulo fascinante: pasaba horas en las bibliotecas de la Universidad Central, la Católica, la Fulbright y la Casa de la Cultura. Más tarde, la hemeroteca de la Universidad San Francisco se convirtió en mi preferida, donde devoraba revistas de física y matemáticas.

Viajando más allá de Ecuador, descubrí el paraíso de los libros. La Pontificia Universidad de Chile, con su biblioteca de más de un millón de volúmenes, y las calles de Brasil y Argentina, donde los libros podían adquirirse por un dólar, fueron un deleite. En esos viajes, volvía con un «chimbuzo» lleno de libros, cada uno una promesa de conocimiento.

Con la llegada del siglo XXI, mi pasión encontró un nuevo formato: los libros electrónicos. Ahora, mi colección supera los 100.000 títulos en física, astrofísica, matemáticas, estadística, economía, educación, literatura e historia. Si antes el desafío era encontrar espacio para más libreros, hoy es disponer de memorias suficiente para almacenar esta vasta biblioteca digital.

En un acto de gratitud hacia el conocimiento, doné 7.500 libros y revistas de física y astrofísica al Observatorio Astronómico de Quito, y muchos de matemáticas a la Universidad Pérez Guerrero. Espero que estos tesoros encuentren su propósito en manos de nuevas generaciones.

El amor por los libros es un viaje interminable. Cada página es una ventana a un universo nuevo, y cada estante, un mapa del alma de quienes los leen. Mis libros, tanto físicos como digitales, son el legado de una vida dedicada a aprender y compartir. A través de ellos, sigo explorando mundos, resolviendo enigmas y alimentando una pasión que nunca se apagará.

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