Desde que tengo memoria, la astronomía ha sido una de mis grandes pasiones. Este interés se encendió con mayor intensidad cuando, cursando el pre-politécnico, asistí a una conferencia del ingeniero Hugo Dávila, entonces director del Observatorio Astronómico de Quito. Fue allí donde conocí la existencia de la Asociación Ecuatoriana de Astrónomos Aficionados (AEAA), una organización que marcó el inicio de mi camino en la exploración del universo.
La AEAA nació a mediados de los años cuarenta, gracias a la visión del ingeniero Rubén Orellana, conocido cariñosamente como «El Orico». Este destacado académico, eterno rector de la Escuela Politécnica Nacional, dejó un legado imborrable en la educación y la ciencia del Ecuador. La idea detrás de la AEAA era sencilla pero poderosa: agrupar a los aficionados a la observación estelar y divulgar la ciencia astronómica. El Orico, con su rigor como profesor de Geometría Analítica y Cálculo en instituciones como la Escuela Politécnica Nacional, la Universidad Central y la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, inspiró a generaciones de estudiantes a mirar más allá de nuestras fronteras terrestres.
Cuando ingresé a la AEAA, la asociación atravesaba una etapa de conflictos internos. Las diferencias entre su presidente y vicepresidente llevaron eventualmente a la creación de una nueva organización: la Sociedad Ecuatoriana de Astrónomos Aficionados (SEAA). Esta institución, de la que tuve el honor de ser presidente, estableció las bases para lo que más tarde sería la Sociedad Ecuatoriana de Astronomía y Astrofísica.
Uno de los momentos más significativos de mi vida fue cuando, gracias a la participación de Felipe Fried, un destacado aficionado a la astronomía, conseguimos tiempo de observación en el Observatorio Interamericano de Cerro Tololo en Chile. Este proyecto, dedicado a la observación fotométrica del brillo de estrellas variables RR-Lyra en el cúmulo de Omega Centauro, representó un hito trascendental en mi trayectoria. Estas estrellas, cuya variación de brillo ha sido registrada durante más de 100 años, ofrecían una ventana única para entender los procesos dinámicos en cúmulos globulares.
Poder colaborar en un proyecto profesional de esta magnitud fue un sueño hecho realidad. La experiencia no solo enriqueció mi comprensión del cosmos, sino que también me permitió contribuir de manera significativa al conocimiento científico. Observando esas estrellas que parpadean a miles de años luz, sentí una conexión profunda con el universo y con la historia de la astronomía, una disciplina que siempre ha buscado responder las preguntas más fundamentales sobre nuestro lugar en el cosmos.
Mi camino en la astronomía, desde los días en la AEAA hasta las observaciones en Calar Alto y en Paranal, ha sido una travesía llena de aprendizajes, desafíos y logros. A través de estas experiencias, he comprendido que la astronomía no es solo una ciencia, sino también una forma de ver el mundo, de maravillarse ante su inmensidad y de reconocer la belleza inherente en las estrellas.
Hoy, cuando miro al cielo, siento una gratitud inmensa por las oportunidades que he tenido de explorar y aprender. La astronomía me ha enseñado a valorar tanto las pequeñas luces titilantes en la oscuridad como los grandes proyectos que iluminan nuestras vidas. Espero que mi pasión por las estrellas siga inspirando a otros a mirar hacia arriba y a soñar con lo que hay más allá.