Mitch: El monstruo que devastó Centroamérica y marcó una era

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El 22 de octubre de 1998, una tormenta tropical surgió en el suroeste del mar Caribe. Lo que parecía una perturbación más en la temporada de huracanes rápidamente se transformó en uno de los ciclones más devastadores de la historia: el huracán Mitch. En cuestión de días, Mitch alcanzó la categoría 5, el nivel más alto en la escala Saffir-Simpson, con vientos que superaron los 285 km/h y una presión central de 905 mb. El 26 de octubre, Mitch se consolidaba como el segundo huracán más fuerte de octubre jamás registrado y, hasta hoy, el octavo más intenso de la historia del Atlántico.

Aunque Mitch tocó tierra en Honduras como un debilitado huracán de categoría 1, su verdadero poder residía en su lentitud y sus torrenciales lluvias. Durante días, el monstruo desató su furia sobre Honduras, Nicaragua, Guatemala y El Salvador, dejando una estela de destrucción sin precedentes. Con hasta 1.900 mm de lluvia en algunas zonas, las inundaciones y deslizamientos de tierra arrasaron comunidades enteras, destruyendo hogares, carreteras, puentes y cultivos. En Tegucigalpa, un enorme deslizamiento sepultó barrios enteros, dejando cicatrices imborrables en la capital hondureña.

Los números son escalofriantes: más de 11.374 muertes confirmadas, 11.000 desaparecidos y 2.7 millones de personas sin hogar. En Honduras, el país más afectado, el presidente Carlos Flores afirmó que Mitch había retrocedido el desarrollo económico del país en 50 años. El daño económico directo se estimó en 6.000 millones de dólares de 1998, sin contar el costo humano y social de la tragedia.

En medio de la tragedia, surgieron iniciativas de colaboración internacional. Una de ellas fue la instalación de un receptor satelital en Costa Rica, gracias al apoyo del gobierno de los Estados Unidos, que permitió mejorar la predicción y monitoreo de fenómenos meteorológicos en toda Centroamérica. Este avance es un legado de Mitch, que dejó una lección invaluable sobre la importancia de la preparación y la cooperación internacional frente a desastres naturales.

Diez años después del paso de Mitch, al recorrer Centroamérica, pude observar los efectos de la destrucción: carreteras colapsadas, cultivos abandonados, y comunidades que aún luchaban por reconstruir escuelas, hospitales y hogares. Era inevitable reflexionar sobre la vulnerabilidad de nuestras propias tierras. ¿Podría el volcán Cotopaxi, en mi natal provincia de Cotopaxi, causar un nivel de devastación similar? La pregunta resuena como un llamado a la preparación y a la prevención, no solo frente a huracanes, sino ante cualquier desastre natural.

El nombre «Mitch» fue retirado de las listas de huracanes debido a su impacto catastrófico, pero su legado perdura como un recordatorio de la fragilidad de las comunidades frente a la fuerza de la naturaleza. Más allá de la devastación, Mitch dejó lecciones de resiliencia, solidaridad y la necesidad de invertir en sistemas de alerta temprana y en infraestructuras que mitiguen los efectos de estos desastres.

Mitch no fue solo un huracán; fue un monstruo que transformó la historia de Centroamérica y que nos enseñó que, aunque no podemos evitar la furia de la naturaleza, sí podemos prepararnos mejor para enfrentarla. Su memoria nos insta a cuidar nuestro entorno y a trabajar unidos para proteger a las generaciones futuras de catástrofes similares.

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