Reflexiones en el primer día de 2025

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El primer día del año siempre trae consigo una mezcla de esperanza y reflexión, y este 2025 no fue la excepción. Mi esposa y yo decidimos empezar el año con un paseo por el centro histórico de Quito, una tradición que nos conecta con la esencia de nuestra ciudad y su gente. El Metro de Quito, con su parada en San Francisco, fue nuestro medio de transporte elegido, una experiencia que, a pesar de ser cotidiana para muchos, aún nos maravilla.

El vagón iba casi vacío, un ambiente tranquilo que contrastaba con la algarabía de la noche anterior. Las pocas personas que compartían el viaje con nosotros intercambiaban saludos y deseos de un feliz año. Ese espíritu de fraternidad, aunque efímero, era un recordatorio del anhelo colectivo de un mejor futuro.

Al salir a la Plaza de San Francisco, el panorama era vibrante. Los hoteles parecían llenos, las cafeterías abiertas ofrecían un aroma reconfortante de café recién hecho, y los turistas deambulaban admirando la belleza arquitectónica de Quito. Pero junto a este escenario pintoresco, otra realidad emergía con fuerza. Decenas de personas ingresaban al templo de San Francisco para la misa de las 10 de la mañana.

Hombres y mujeres de todas las edades, rostros marcados por la preocupación, pero también iluminados por una fe inquebrantable, entraban al templo en busca de algo más que bendiciones: pedían salud, trabajo y pan para sus familias. Fue imposible no conmoverse al observar a esos padres y madres que, con lágrimas en los ojos, suplicaban por una oportunidad que pudiera cambiar el curso de sus vidas.

A pocos pasos de esa escena, el Palacio de Carondelet, decorado con un imponente pompón navideño, estaba fuertemente resguardado por militares. La seguridad contrastaba con la vulnerabilidad de quienes, afuera, enfrentan la incertidumbre de un nuevo año. La brecha entre la opulencia y las necesidades del pueblo era lacerante, un recordatorio de que todavía queda mucho por hacer para construir una sociedad más justa y equitativa.

Ese paseo por el centro histórico de Quito fue más que una salida en pareja; fue una invitación a reflexionar sobre las realidades que coexisten en nuestra sociedad. Mientras unos celebran y proyectan metas para el nuevo año, otros luchan por lo esencial: un empleo digno, alimento para sus hijos y esperanza para continuar.

Al regresar a casa, llevábamos en el corazón un cúmulo de emociones. La fe de quienes acudieron a San Francisco nos conmovió profundamente, pero también nos hizo cuestionar cuánto podemos hacer, como sociedad e individuos, para cerrar las brechas que nos separan.

El 2025 comienza con la promesa de 365 días llenos de posibilidades. Que este año sea una oportunidad para mirar más allá de nuestras propias vidas, tender manos solidarias y trabajar juntos por un Ecuador donde la esperanza no sea solo una plegaria, sino una realidad al alcance de todos.

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