Reflexiones sobre los ovnis y el pensamiento crítico

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El tema de la vida extraterrestre siempre me ha fascinado. Desde joven, mis lecturas sobre el tema fueron abordadas desde una perspectiva científica, intentando discernir entre lo plausible y lo fantástico. Esta pasión por el conocimiento me llevó a investigar profundamente, al punto de ser invitado a debates televisivos para confrontar ideas sobre la posibilidad de visitas extraterrestres. Una de las experiencias más memorables de esta etapa fue mi participación en un programa conducido por Polo Barriga, un destacado entrevistador de Ecuavisa, Canal 8 en aquella época. Allí, defendí la tesis de que no hemos sido visitados por extraterrestres frente a mi oponente, el peruano Sixto Paz, conocido por sus relatos fantásticos sobre supuestos encuentros con seres de Ganímedes.

Sixto Paz relataba con lujo de detalles cómo los extraterrestres lo habían nombrado «Canciller ante la humanidad» y describía sus supuestos viajes a Ganímedes, una de las lunas de Júpiter. Según él, los habitantes de este satélite eran 10.000 años más avanzados que nosotros, vivían en paz y armonía, eran vegetarianos y promovían un estilo de vida ascético. Paz afirmaba haber recibido un «mensaje psicográfico» en su mente que le ordenaba abstenerse de sexo, licor y comida no vegetariana durante tres meses antes de visitar el desierto de Chilca, cerca de Lima, donde aseguró que se encontró con un ser extraterrestre nórdico de dos metros de altura.

El relato de Paz, con sus detalles extravagantes, despertaba incredulidad y asombro. Su insistencia en describir la tecnología y las costumbres de los extraterrestres sonaba más a una religión psicodélica moderna con tintes tecnológicos que a una narrativa basada en hechos verificables.

En el debate, presenté datos concretos, incluyendo un número especial de la revista Science que documentaba los estudios realizados por las sondas Voyager I y II en su paso por las lunas de Júpiter. Estas investigaciones mostraban un ambiente inhóspito con temperaturas extremadamente bajas y una atmósfera rica en metano, sin evidencia alguna de bases extraterrestres. Sixto Paz replicó que estas bases estaban ocultas a grandes profundidades, más allá de las capacidades de los robots enviados por los humanos. A pesar de los datos sólidos que presenté, Paz parecía inmune a los hechos, atrapado en una narrativa que había repetido tantas veces que se había convencido a sí mismo de su veracidad.

Mi conclusión fue que Sixto Paz representaba un caso extremo de alguien que construye un universo ficticio para llenar vacíos emocionales o sociales. Su relato me recordó a los niños que, al sentirse desplazados por la llegada de un hermano menor, crean amigos imaginarios para recuperar la atención. Sin embargo, en el caso de Paz, su «amigo imaginario» evolucionó en una civilización completa, un reflejo de su aislamiento y necesidad de validación. Esta experiencia me reafirmó la importancia del pensamiento crítico y del escepticismo saludable, especialmente en un mundo donde la pseudociencia puede capturar fácilmente la imaginación de las personas. Mi lucha contra estas ideas no es solo una defensa de la ciencia, sino un llamado a valorar la verdad, la evidencia y el rigor en la construcción de nuestras creencias. La vida extraterrestre es un tema fascinante que merece ser explorado con seriedad, pero también con la humildad de reconocer los límites de nuestro conocimiento y la importancia de distinguir entre hechos y ficción.

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