En mi experiencia trabajando en proyectos de desarrollo, aprendí que las mejores intenciones pueden fracasar cuando no se comprenden a fondo las realidades y costumbres de las comunidades. Dos proyectos financiados por el Banco Mundial en la provincia de Esmeraldas me mostraron, con claridad, lo crucial que es construir soluciones desde las raíces culturales y sociales, en lugar de desde un escritorio distante.
El primer proyecto tenía como objetivo mejorar la calidad de vida de la población Chachi. La idea era simple: sustituir el cultivo tradicional de yuca por arroz blanco, un alimento más nutritivo y rentable, complementado con la donación de piladoras de arroz para cada familia. Sobre el papel, el plan parecía impecable. Sin embargo, al poco tiempo de su implementación, descubrimos una realidad inesperada: las piladoras de arroz habían sido convertidas en corrales para gallinas, y el arroz no había reemplazado a la yuca en la dieta diaria. La razón era clara y contundente: la yuca había sido cultivada y consumida por generaciones; no se trataba solo de un alimento, sino de un símbolo de identidad y tradición que no podía cambiarse de la noche a la mañana. No entendimos que el cambio debía ser paulatino y respetuoso con los hábitos de vida de los Chachis.
El segundo proyecto se enfocaba en la construcción de lavanderías comunitarias de hormigón armado, diseñadas para ofrecer un espacio seguro, cubierto y con agua entubada, evitando el riesgo de lavar ropa en los ríos correntosos, donde las lavanderas enfrentaban la amenaza constante de mordeduras de serpientes. Sin embargo, este proyecto también fracasó. Las lavanderías quedaron vacías, mientras las mujeres continuaron lavando en el río. Al indagar más a fondo, descubrimos que el río no era solo un lugar para lavar ropa; era un espacio exclusivo para mujeres, un refugio donde compartían secretos, risas y apoyo mutuo, lejos de la presencia de los hombres. Las lavanderías, aunque funcionales, no podían replicar esa dinámica de comunidad y confianza.
Estas experiencias fueron lecciones transformadoras. Aprendí que, para lograr un impacto real, los proyectos deben partir de una comprensión profunda de las costumbres, valores y necesidades de las personas a las que están dirigidos. Las soluciones no pueden imponerse desde un modelo externo; deben construirse junto a las comunidades, respetando su cultura y su ritmo de vida.
El verdadero éxito de un proyecto de desarrollo no radica en su diseño teórico, sino en su capacidad para construir puentes que conecten el conocimiento técnico con los sueños y realidades de las personas. Es un recordatorio constante de que escuchar, aprender y adaptarse son las herramientas más poderosas para transformar realidades de manera sostenible y significativa.