Un puente educativo hacia la Amazonía

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La educación tiene el poder de transformar vidas, y esa convicción fue el motor que nos llevó, desde la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), a implementar un programa de profesionalización docente para los profesores en ejercicio de la Amazonía ecuatoriana. Este proyecto tenía una misión clara: ofrecer una formación de alta calidad y otorgar la licenciatura a docentes quichua hablantes, muchos de ellos egresados del Instituto Pedagógico dirigido por los misioneros josefinos en el Tena. Junto con un equipo excepcional —María de Lourdes Dousdebés, Mauro Avilés, Galo Guamán, Pietro Pigozzi y Luis Gavilanes— emprendimos este desafío que no solo transformó la vida de nuestros estudiantes, sino también la nuestra.

El programa se diseñó en modalidad semipresencial. Una vez al mes viajábamos al Tena para impartir conferencias magistrales, mientras el resto del tiempo las clases se desarrollaban a distancia. Desde el inicio, nuestro compromiso fue ofrecer material educativo de la mejor calidad. Preparábamos cuidadosamente los contenidos y los entregábamos en formato digital, utilizando CDs, bajo el supuesto de que nuestros estudiantes tendrían acceso a computadoras y lectores de CD.

Sin embargo, la realidad nos golpeó con fuerza. Un día, durante una conferencia, uno de los alumnos nos explicó que para llegar a su comunidad debía navegar varias horas en canoa y que la electricidad solo estaba disponible durante algunas horas de la noche. Fue un verdadero aterrizaje a la realidad educativa de la Amazonía. Ese mismo día, decidimos rediseñar los cursos, adaptando los materiales a formatos impresos y contextualizándolos a las condiciones de sus comunidades, sin sacrificar el alto estándar académico que nos habíamos propuesto.

Nuestros estudiantes respondieron con dedicación y compromiso. Los josefinos, quienes habían acompañado su formación inicial, estaban satisfechos con los avances. Sin embargo, el camino no estuvo exento de desafíos. Uno de los mayores obstáculos fue el requisito de la educación superior de aprobar cuatro semestres de lengua extranjera, generalmente inglés, para obtener la licenciatura. Para profesores quichua hablantes, muchos de los cuales aún perfeccionaban su dominio del castellano, esta exigencia era una barrera casi infranqueable.

Ahí radicó nuestra mayor innovación. Reconocimos el quichua como lengua materna, y en lugar de imponer un idioma extranjero, diseñamos dos cursos de redacción en castellano como segunda lengua. Este enfoque no solo cumplió con el requisito académico, sino que también valoró su identidad cultural y fortaleció su confianza como educadores bilingües.

El éxito del programa se reflejó en las aulas. Hoy, en el Tena y sus alrededores, hay profesores con una formación científica y humanista de alta calidad, que día a día transmiten lo aprendido, enriqueciendo a sus comunidades con una educación que respeta y potencia su cultura.

Este programa no solo fue una experiencia educativa; fue una lección de humildad, adaptación y compromiso. Aprendimos que, para transformar realidades, primero hay que entenderlas, y que el verdadero éxito radica en construir puentes que conecten el conocimiento con las necesidades y sueños de las personas.

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