Un viaje a través de la historia y la gratitud

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En mi adolescencia, la revista Mecánica Popular era una de mis grandes compañeras. Con mi amigo Hardy Kristensen, solíamos pasar horas hojeando sus páginas, pero había una sección que nos cautivaba especialmente: Numismática y Filatelia. Fue allí donde comenzó nuestra fascinación por coleccionar monedas y estampillas, y donde aprendimos que cada pieza cuenta una historia, un fragmento del tiempo que conecta culturas y generaciones.

Nuestra pasión no se limitaba a leer. Nos adentramos en el mundo de la correspondencia epistolar, estableciendo contacto con otros coleccionistas de todo el mundo. A través de esas cartas, recibíamos estampillas y monedas de lugares lejanos, cada una con su propio encanto y un relato por descubrir. Era un intercambio que iba más allá del simple coleccionismo; era una ventana a otras culturas y formas de vida.

Con el tiempo, mi colección creció notablemente, convirtiéndose en un verdadero tesoro de aprendizaje y conexión personal. Sin embargo, la filatelia siempre tuvo un valor especial para mí, no solo por las estampillas en sí, sino por lo que representaban. Fue así como decidí compartir mi colección de estampillas con mi prima Ana Cynthia, como un legado de gratitud por los cuidados y enseñanzas que me brindó cuando era niño. Era mi forma de decirle «gracias» por ser una guía y un apoyo en mi vida.

En cuanto a mi colección de monedas, esa la conservo hasta el día de hoy. Cada moneda es un pequeño testigo de la historia: desde los detalles artísticos hasta las inscripciones que reflejan los momentos políticos y económicos de las naciones. Recuerdo con orgullo cuando mi colección fue el tema de un reportaje en El Comercio. En esa ocasión, invité a los jóvenes a iniciarse en la numismática, una disciplina que no solo estudia y colecciona monedas y billetes, sino que también abre una puerta al conocimiento de la historia política, económica, geográfica, artística e incluso religiosa de los pueblos.

Coleccionar monedas y estampillas no es solo una afición; es una forma de preservar el tiempo, de aprender de las culturas y de conectarse con un pasado que todavía tiene mucho que enseñarnos. Es un viaje constante de descubrimiento, de admiración por los detalles y de gratitud por lo que cada pieza representa.

Hoy, cada vez que observo una moneda de mi colección o recuerdo las cartas que intercambié con otros coleccionistas, siento que este pasatiempo es mucho más que eso: es un legado de curiosidad, aprendizaje y agradecimiento. Y aunque las cartas físicas hayan sido reemplazadas por correos electrónicos y las estampillas ya no decoren tantos sobres, la pasión por la numismática y la filatelia sigue viva, recordándome que cada objeto, por pequeño que sea, puede contener el peso de grandes historias.

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