Un viaje académico, cultural y personal inolvidable

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Mi aventura en España comenzó con un sueño: realizar un posgrado en astrofísica en una de las mejores universidades del mundo. El gobierno ecuatoriano ofrecía becas completas a profesores universitarios, para estudiar en instituciones de prestigio internacional, y mi lista inicial incluía nombres legendarios: Caltech, MIT, Princeton, Cambridge, y muchas más. Sin embargo, una conversación con una consejera de la Comisión Fulbright en Quito cambió el curso de mis decisiones.

Ella, con toda la honestidad que agradezco hasta el día de hoy, me explicó la feroz competencia en estas universidades top ten: 600 postulantes para 40 plazas, la mayoría provenientes de China e India, con perfiles impecables y dominando el inglés a la perfección. Su recomendación fue pragmática: optar por universidades que estuvieran entre las 100 mejores del mundo, donde mis probabilidades de éxito serían mucho mayores. Así, dirigí mi atención a instituciones españolas de gran prestigio, como la Universidad Complutense de Madrid (UCM), la Universidad de Valencia y la Universidad Autónoma de Madrid. Finalmente, me decidí por la Complutense, respaldado por su tradición académica y un programa de astrofísica que abarcaba tanto teoría como observación.

Con un préstamo del Banco del Pacífico y el corazón lleno de expectativas, partí rumbo a Madrid. Desde el primer día, la UCM superó mis expectativas. Su programa de maestría en astrofísica ofrecía una formación integral, abarcando desde los fundamentos teóricos hasta las aplicaciones observacionales. Las sesiones prácticas en el Observatorio de Calar Alto, en Almería, me dieron la oportunidad de conectar con la realidad del trabajo astronómico, contemplando el cielo desde uno de los puntos más privilegiados de Europa.

Mi tesis, desarrollada en el Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT), me sumergió en el fascinante mundo del modelamiento de fluidos astrofísicos. Analicé las ondas de choque en galaxias barradas y su influencia en la tasa de formación estelar, una investigación que no solo me permitió aplicar herramientas teóricas, sino también desarrollar una visión más profunda sobre la dinámica de las galaxias.

Madrid, con su vibrante oferta cultural, fue el complemento ideal para mi formación académica. Sus bibliotecas, salas de teatro y zarzuela, junto con su exquisita gastronomía, hicieron que cada día fuera una nueva oportunidad de aprendizaje y disfrute. Pero quizás uno de los aspectos más enriquecedores de mi experiencia fue compartir piso con un historiador de la Real Academia de Historia. Su trabajo como editor de la Enciclopedia Biográfica Española abrió para mí un universo de historias familiares y descubrimientos personales.

Un día, su curiosidad por mis apellidos lo llevó a rastrear los orígenes de los Salgado. Así, emprendimos un viaje a un pequeño pueblo en Galicia, donde encontré parientes lejanos que compartían rasgos físicos y una historia común. Ver el parecido con mis tíos Salgado fue un momento profundamente emotivo, un recordatorio de cómo nuestras raíces conectan con historias que trascienden fronteras y siglos.

Mi apellido Enríquez también me llevó a explorar un legado fascinante. Descubrí que mi linaje estaba vinculado con una de las familias más poderosas de Castilla durante la Baja Edad Media, ostentando el título de Almirantes de Castilla por cerca de 200 años. Figuras como Juana Enríquez, madre de Fernando el Católico, y Teresa Enríquez, dama de Isabel la Católica, formaban parte de este legado. Estos descubrimientos no solo enriquecieron mi experiencia personal, sino que añadieron una dimensión histórica y cultural a mi paso por España.

Mi estancia en España fue mucho más que un posgrado. Fue una etapa de aprendizaje multidimensional, donde la academia, la cultura y la historia personal se entrelazaron para formar una experiencia única. Desde los laboratorios del CIEMAT hasta las callejuelas de Madrid y los pueblos gallegos, cada paso de este viaje me permitió crecer como profesional y como ser humano.

España me enseñó que el aprendizaje no solo se encuentra en las aulas, sino también en las conversaciones con colegas, en las bibliotecas históricas, en las tradiciones gastronómicas y en las conexiones familiares inesperadas. Este capítulo de mi vida no solo marcó mi formación como astrofísico, sino que dejó una huella imborrable en mi forma de ver el mundo.

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