Desde mis años en el Colegio Vicente León, tuve claro que mi pasión residía en las ciencias exactas. Física y matemáticas no eran solo materias escolares, sino un mundo fascinante que deseaba explorar. Conservo con gratitud los recuerdos de mis profesores, el licenciado Eulogio Ibujés y el licenciado Mario Tapia, quienes supieron avivar en mí ese interés con paciencia y dedicación. Sus enseñanzas no solo alimentaron mi curiosidad, sino que plantaron las semillas de un camino que daría forma a mi vida.
Un momento clave en mi adolescencia fue conversar con una prima que estudiaba ingeniería civil en la Escuela Politécnica Nacional (EPN). Sus relatos sobre la rigurosidad académica de la Politécnica y las posibilidades en ingeniería eléctrica capturaron mi imaginación. Con ese objetivo en mente, mi familia y yo nos trasladamos a Quito. Sabíamos que la EPN representaba un desafío, especialmente para los egresados del Vicente León, pero mi determinación era más fuerte.
Fue durante el Pre-Politécnico que un encuentro inesperado marcó un punto de inflexión en mi vida. Asistí a una charla sobre cosmología dictada por el Dr. Bruce Hoeneisen, un físico chileno cuya pasión por la astrofísica era contagiosa. Sus explicaciones encendieron en mí una fascinación por los misterios del universo. Las visitas a su casa se convirtieron en momentos de aprendizaje inolvidables, y los problemas que me planteó, a los que llamo los «problemas de Hoeneisen», aún los resuelvo con entusiasmo.
Decidí entonces estudiar Física en la Facultad de Ciencias de la EPN. Esta elección me abrió puertas hacia horizontes más amplios. Realicé un posgrado en astrofísica en Chile, trabajando en el majestuoso Observatorio Paranal, hogar del más grande interferómetro óptico del mundo. Años después, continué mi formación en la Universidad Complutense de Madrid, donde obtuve una maestría y un doctorado en ciencias, guiado por una constante: el deseo de aprender y comprender más.
El camino, sin embargo, no estuvo exento de desafíos. Recuerdo a mi madre diciéndome con preocupación: «Pero hijo, no sale todas las semanas anuncios en El Comercio que digan: ‘Busco físico nuclear’». Esa preocupación era real, pero mi amor por la física siempre estuvo por encima de las demandas inmediatas del mercado.
Hoy, mirando hacia atrás, pienso en las palabras del filósofo Mario Bunge: «A quienes emprendieron el estudio de la física por amor a ella y a quienes, pese a las demandas y presiones del mercado, aún aman su ciencia, de ellos es el Reino de los Fotones». Esos fotones, partículas de luz que viajan por el cosmos, representan mi vocación: una búsqueda constante de conocimiento, preguntas profundas y respuestas que se encuentran más allá de los límites conocidos.
Mi experiencia académica y profesional ha sido más que una carrera; ha sido un viaje lleno de asombro, esfuerzo y satisfacción. Desde las aulas del Vicente León hasta los telescopios en Paranal y las bibliotecas de Madrid, cada paso ha reafirmado mi amor por la física, la astrofísica y mi compromiso de seguir explorando los misterios del universo.