Una lección desde la distancia

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La mañana del 7 de octubre de 1999 quedó grabada en mi memoria, a pesar de que en ese momento me encontraba lejos de mi patria, residiendo en Chile. A las 07:06, el volcán Guagua Pichincha, ubicado en la cordillera occidental de los Andes ecuatorianos, registró una potente explosión de vapor, gas y ceniza que generó una columna de erupción de más de 12 kilómetros de altura. Desde la distancia, mi conexión con los eventos que ocurrían en mi país se limitaba a estar atento a las noticias que informaban sobre el fenómeno. Sin embargo, ese evento trascendía las imágenes en la televisión; era una llamada de atención sobre nuestra preparación frente a los desastres naturales.

Unos días antes de esta erupción, el 18 de septiembre de 1999, mientras celebrábamos las fiestas patrias de Chile, me reuní con amigos chilenos para disfrutar de un típico asado chileno. Durante la reunión, encendí la televisión para mostrarles un reportaje en el canal National Geographic. Este especial cubría dos volcanes en actividad en Ecuador: el Tungurahua y el Guagua Pichincha. Los reporteros se encontraban en las faldas del Tungurahua y cerca del origen del río Cristal, muy próximo al cráter del Guagua Pichincha, un sitio crítico por donde se preveía que bajarían los lahares.

Fue entonces cuando presencié un hecho que me dejó perplejo: un oficial del ejército ecuatoriano, a cargo de la evacuación de las poblaciones de Lloa y Mindo, se acercó al reportero de National Geographic para pedirle orientación sobre la mejor vía de evacuación. Este periodista, que había estudiado la zona, le indicó que el camino paralelo al río Cristal no era seguro y le recomendó una ruta alternativa más alejada. Ver cómo una autoridad encargada de proteger vidas humanas dependía de la orientación de un reportero extranjero me llenó de preocupación.

A través de la pantalla, también observábamos cómo las familias evacuaban sus hogares con lo poco que podían cargar. Los camiones del ejército estaban llenos de niños que subían abrazando a sus borregos o terneros, animales que representaban su sustento y su vida cotidiana. Estas imágenes eran un reflejo desgarrador de la vulnerabilidad frente a la naturaleza y de la falta de preparación adecuada para enfrentar estas situaciones.

Este episodio no solo fue un recordatorio de la fuerza impredecible de la naturaleza, sino también de la importancia crucial de la preparación. Los desastres naturales y antrópicos no son evitables, pero la capacidad de respuesta adecuada puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte. Este evento subrayó la necesidad de contar con protocolos claros, entrenamiento continuo para las autoridades responsables y la sensibilización de la población.

Desde entonces, reflexiono sobre cómo cada uno de nosotros tiene un papel en la construcción de comunidades resilientes. La naturaleza nos recuerda constantemente nuestra fragilidad, pero también nos da la oportunidad de aprender, adaptarnos y fortalecernos. El Guagua Pichincha y los eventos de 1999 nos dejaron una lección imborrable: estar siempre preparados es la mejor forma de honrar la vida y proteger el futuro.

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