¡La soledad del poder!

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Todos en algún momento enfrentamos estados de soledad, ya sea como una necesidad de reflexión, buscar ciertas respuestas, ya para explorar oportunidades y caminos a seguir. Esto sucede también en nuestro diario trabajo. Sin embargo, se torna aún más compleja la cuestión, cuando se trata de enfrentar los grandes problemas que aquejan a una sociedad, a un país, cuyo líder encara la denominada soledad del poder, aquel momento en el que tiene que tomar una decisión, sin otra intervención que la de su conciencia.

En opinión de Felipe González, ex presidente del gobierno español, «la soledad del poder consiste en saber que éste es siempre el último teléfono que suena. Y que yo tengo que decidir. No puedo trasladar la decisión a una instancia superior». La Real Academia de la Lengua (RAE) dice: «Carencia voluntaria o involuntaria de compañía»; significa aislamiento, retiro, abandono. Cuestión sobre la cual se ha comentado mucho, y se ha reconocido como momento de altísima determinación, pues cualquier decisión tiene consecuencias.

Rodrigo Borja, en su Enciclopedia de la Política, sostiene: «Es el trance desolador que con frecuencia precede a la toma de decisiones trascendentales de gobierno, cuyos efectos resultan generalmente duros para la sociedad. El gobernante sabe que está solo en esa responsabilidad». Por lo general, un presidente cuenta con ministros, asesores, consultores, que le ofrecen consejos sobre determinada materia; sin embargo, no todos ellos pueden coincidir en cuál podría ser la mejor solución a un determinado problema, por lo que la determinación final es la crucial.

El caso es que cualquier decisión que se adopte no será compartida por toda la gente: a unos beneficiará, a otros perjudicará. A la oposición les llenaría de gozo si le va mal, pues esa es la política mal entendida en este país. Se decide a través de órdenes administrativas, decretos, nombramientos, propuestas de ley, vetos, etc. No a la generalidad gusta tal o cual nombre para ministro de estado, y todo suma para medir el grado de aceptación o no del presidente. Día a día se juega su capital político. Decisiones o simples declaraciones, sin la necesaria meditación, tiene repercusiones, en lo interno o en lo internacional. ¡Lo estamos viendo!

Recordemos un episodio. En su primera caída, el doctor José María Velasco Ibarra se justificaba manifestando: «Me precipité sobre las bayonetas», al ser derrocado por los militares al intentar proclamarse dictador. ¿Tomó esta decisión en soledad? Creería que sí, pero mi doctor era muy eléctrico y efectivamente se precipitó. El General Guillermo Rodríguez Lara no tomó el poder solo, en nombre de las Fuerzas Armadas, pero la decisión de responsabilizarse del golpe, finalmente debe haberla tomado él, en soledad.

Y así por el estilo, muchos gobernantes han estado en ese terrible trance para tomar la última resolución. Y no pueden decir: yo no fui, me asesoraron mal, no estuve en mis cabales, me engañaron. Pero si han dicho -y varios- me traicionaron, al ser retirados del poder, por ejemplo, pero eso es otro tema a considerar. No nos ponemos en los zapatos de quien decide por toda una sociedad; creemos que es fácil manejar un gobierno y un país como el nuestro, lleno de problemas, antiguos e insolubles; repleto de pugnas y rencillas políticas, repleto de «contreras» y dirigentes enquistados en el pasado que no permiten modernizar al país para generar empleo.

En fin, una sociedad repleta de trincas a todo nivel, donde dejar de pagar impuestos o eludirlos es una conducta aceptada; conservar políticamente los subsidios para que no se «levanten» los que sabemos ha sido la constante. En este ambiente de inestabilidad política, de falta de institucionalidad, irrespeto a la ley y a la autoridad, tomar decisiones en soledad, resulta una tarea realmente compleja y permanente.

Publicado en La Gaceta el 28 de junio de 2024. Link no disponible.

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