Mónica Varea Maldonado

Mónica Varea, escritora ecuatoriana de literatura infantil, nacida en Latacunga, en 1958. Desde 1996 se dedica a la escritura y al negocio de librería, fundando La Rayuela en Quito. Su obra creativa incluye algunos cuentos muy conocidos.

Actualmente es columnista en el diario El Universo. Además, escribe artículos con diveras temática en prestigiosas revistas del país.

Ese viento llamado Guayaquil

La sinuosa y recién inaugurada carretera a Santo Domingo de los Colorados nos mareó, nos agotó. Si bien el paisaje cambiaba y el calor y la humedad avanzaban sin piedad, yo me negué a quitarme el suéter. Mamá insistía en que la muerte por deshidratación me esperaba indefectible, pero papá

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Ecuador oscuro

¡Susi, por favor, deja de jugar con las velas!, era la cantaleta de mamá cuando se “iba la luz”. Mi hermana era imparable. Se unia los dedos con la cera derretida, hacía unos perfectos dados amasándola sin dejar que se enfriara, dibujaba caminos en la mesa roja del comedor del

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Con-vivir

No sé si lo compraron en Quito o en la zapatería del Viche Lanas ahicito en Latacunga, pero cuando vi a papá y a mamá, cruzar el patio de piedra, con el carriel rojo de cuero, que tenía repulgada una Periquita (la niña de la tira cómica) en la esquina

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‘Solo cuando me merezco’

Cada sábado, después de la feria y tal vez con la plata ganada durante la jornada, empezaba la borrachera. En la plaza de La Merced había una distribuidora de trago puro, las famosa “puntas” de La Maná. Probablemente no era la única, pero papá decía que desde ahí llegaban a

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Casciari en Quito

Siempre fui muy amiguera, con 6 o 7 años fui comadre de todas y cada una de las niñas de Latacunga que bautizaron a su muñeca.  Siempre fui muy amiguera, hasta que durante el encierro impuesto por la pandemia del COVID-19 me topé de bruces con la monja de claustro

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La memoria y el olvido

TODAS TODOS TODES mis amigos, familia o clientes lectores que ya pintan canas se preocupan irremediablemente por sus olvidos. Su aterrador diagnóstico viene acompañado de una llamada telefónica de madrugada, de una voz letal que sale de sus entrañas semimuertas, y de la consabida desesperación: ¡Tengo Alzheimer!, oigo con el

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