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Papá fue médico y hacendado.

Tal vez primero fue hacendado, pero definitivamente fue un médico comprometido con la salud pública. La seguridad social fue su credo. Lo vimos trabajar desde muy temprano hasta muy tarde. «La pereza es la madre de todos los vicios», era la frase que tenía en la punta de la lengua. Cada noche llegaba lleno de carpetas y papeles, cenaba con nosotros, se sentaba a ver la telenovela de turno: Renzo el gitano o Chucho el roto, y cuando nos íbamos a dormir él bajaba a trabajar.

Nunca fuimos ricos, o al menos nunca nos enteramos de que lo fuéramos porque en casa nunca sobró nada. Tampoco faltó, pero la opulencia no era lo nuestro. Los cuellos y puños de las camisas se viraban, las suelas de los zapatos se componían, las rodillas de los pantalones y codos de los sacos se zurcían. No por falta de dinero, eso estaba claro, sino por convicción.

Todos los carros que compró fueron Volkswagen escarabajo y si en Navidad habíamos recibido demasiados juguetes, no nos permitía mostrarlos.

Papá siempre supo que teníamos más que muchos, pero le aterraba la idea de alardear; sin embargo, su generosidad no conocía el límite, ayudaba con plata y persona. A su muerte leímos cientos de cartas y ahí nos enteramos de todas las deudas que perdonó a parientes, vecinos y amigos.

Así nos crio, con lo suficiente. Y asi hemos vividos todas nosotras: con lo suficiente, sin lujos y sin pobreza, con toda la dignidad que él y mamá nos legaron.

Veo, leo, oigo noticias, chismes, comentarios y me asombro, me indigno, encuentro una explicación para el absurdo. Los políticos (léase Gobierno y Alcaldía de Guayaquil) llevan a cabo una bronca insulsa y cansona sobre la garantía para el crédito necesario para dotar de agua a Monte Sinai. Año 2024 del siglo XXI y la ciudad más rica del país tiene barrios isin agua! Pero eso sí, con bombos y platillos se anuncia la apertura de un concesionario de autos marca Lamborghini, McLaren, Maserati y Dallara en Guayas. Sus precios fluctúan entre $ 100.000 y $ 600.000, dice la noticia. Me indigna, comento en redes y recibo una respuesta tan contundente como estúpida, tan inhumana como real: «Decir que eres pobre por culpa de los ricos es como decir que eres feo por culpa de Brad Pitt». Sin comentarios.

«¡Por fin se terminó esta vaina!», comenta una joven madre. Paro la oreja en busca de una historia y me doy de bruces con ella: la señora se queja de la fiesta de graduación de su hija. Ha terminado el bachillerato en un colegio de la capital y los padres han pagado por la fiesta de graduación ¡un millón de dólares! (¡Mierda! Pobre gente, si querían comprarse dos autos en la concesionaria recientemente abierta tendrán que esperar).

Y no, no somos feos por culpa de Sofía Loren, Alain Delon, Julia Roberts, George Clooney o Meg Ryan.

No, somos feos porque nos hemos deshumanizado y hemos legitimado la injusticia. Igual que las grandes potencias, la ONU, la OEA han legitimado la guerra, estableciendo incluso protocolos para matarse «racionalmente», nosotros hemos aceptado que los pobres sean parte del paisaje.

¿Hasta cuándo, padre Almeida?

Hasta la vuelta, Señor.

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