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El Santi duerme a mi lado con la paz que seguramente da la bondad, la ingenuidad o la conciencia tranquila. En cambio yo, la torturada nocturna, doy vueltas, me levanto, prendo la luz, leo, me agito, apago la luz, la vuelvo a prender y a leer, veo el reloj y respiro; y, doy vueltas, me levanto, prendo la luz, leo, me agito, apago la luz, la
vuelvo a prender y a leer, veo el reloj y respiro…

Los fantasmas deberían venir de a uno, pienso, pero no, llegan todos juntos: ruidosos, relajeros, agresivos, invasivos. Van entrando en mi mente. Todos y cada uno toman posesión de un pedacito de memoria, de voluntad, de pensamiento. Se agolpan y empiezan a cuestionarme. Me hacen preguntas para las que no tengo respuesta.
Se burlan de mi incapacidad de optar por lo simple y me atenazan obligándome a pensar, impidiéndome descansar, olvidar, dormir.

Los fantasmas de la memoria me colocan en mi época universitaria, casi al final de la carrera.

Mi materia favorita, en la Facultad de Derecho de la Universidad Católica, fue sin duda el Derecho Penal. Disfrutaba especialmente las clases del Dr. Jaime Flor Vásconez, con quien soñaba trabajar y a quien había pedido que dirigiera mi tesis. Recuerdo que su respuesta ante mi pedido me ruborizó tanto que mi cara roja duró varios días y las burlas de mis compañeros también: “Será un honor tratándose de una estudiante proveniente de una familia tan inteligente y proba”, dijo. Yo solo quise que la tierra me tragara, y jamás pensé que tras tamaño elogio, nuestros desencuentros empezarían casi de inmediato.

Era el año 1979 o 1980 cuando le presenté al erudito profesor mi plan de tesis titulada “El derecho a morir”. ¡Esto es inconcebible!, Mónica, su juventud le está jugando una mala pasada. Le ruego que revise estas encíclicas papales y vuelva con algo racional. Dios es el único dueño de nuestras vidas y usted no puede proponer ¡tamaña
barbaridad!, alzó los brazos. Le pude ver en los ojos decepcionados cómo se solidarizaba con mi inteligente y proba familia ante este engendro que hoy miraba con decepción. ¿Su papá sabe de esto?, prácticamente tiró mi hoja. Paola Roldán Espinosa no había nacido aún.

Hace unos días la Corte Constitucional ecuatoriana dictaminó la inconstitucionalidad del artículo 144 del Código Integral Penal (COIP), con lo cual se despenaliza la eutanasia. No lo hace como un trabajo de rutina, lo hace a pedido de Paola, la valiente mujer de 42 años que padece ELA y que con una entereza envidiable llevó su pedido a la Corte. Lo único que ella quiere es morir dignamente.

Me ha sorprendido y enternecido la actitud de su marido, la fuerza y vitalidad de sus padres; repito: la entereza y valentía de Paola. Y en la misma magnitud me han decepcionado la intromisión y la falta de respeto de grupos religiosos extremos. También me ha sorprendido, pero ingratamente, la incapacidad de entender que esto es solo un derecho. Me ha dolido la capacidad inhumana de meterse en un asunto que no les incumbe. ¿Dónde está la supuesta caridad cristiana? Ahora es el momento de ofrecerla a esta familia que solo merece nuestro respeto, solidaridad, silencio y abrazo.

https://www.eluniverso.com/opinion/columnistas/paola-te-abrazo-nota

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