En una reciente entrevista, el doctor Osvaldo Hurtado Larrea, salvando las obvias excepciones, manifestó que “el problema del Ecuador, somos los ecuatorianos, que somos unos malos ciudadanos”. Afirma que este problema no son los políticos, ni los presidentes, ni los ministros, ni los empresarios: somos los ecuatorianos que no cumplimos la ley, no pagamos impuestos, no cumplimos la palabra y engañamos a los amigos, vecinos y parientes. “Cuando decimos si, no es si”. Si fuéramos buenos ciudadanos, tendríamos buena política, buenos políticos y buenos líderes.
Esta forma de actuar en lo personal también se ve reflejada penosamente en la esfera pública. En efecto, el Ecuador, por razones políticas y gobiernos irresponsables, es incumplidor de los contratos celebrados con otros países, al punto que ha sido permanentemente demandado en tribunales extranjeros, generalmente con resultados negativos. Esta conducta nos pone en inferioridad de condiciones para obtener créditos de organismos internacionales, dado que la seguridad jurídica deja mucho que desear. Se han firmado contratos, muchos leoninos, a sabiendas que no los honrarán como se debe.
Para comenzar, debemos convencernos que nuestro país requiere inversiones urgentes. ¿Cómo podemos tener inversión extranjera si no está garantizada? ¿Qué empresario pone su dinero si a la vuelta de la esquina le cambian las reglas del juego? Para citar un ejemplo, durante el gobierno de la década perdida, varios acuerdos bilaterales de garantía de las inversiones fueron denunciados, por cuando -adujeron- la Constitución no permitía sujetar al Ecuador a tribunales que no sean nacionales, cuando es sabido que varios de los firmados en dicho gobierno se sometieron a tribunales extranjeros. Pura politiquería y falsa defensa de la soberanía. De todas maneras, hay que trabajar en aclarar legalmente esta cuestión.
Para atraer inversionistas, hay que ofrecerles seguridad jurídica, que se traduce en certezas legales, es decir, no cambiando las reglas bajo las cuales se firmaron los contratos, que incluyen normas tributarias y más condiciones de forma y fondo. De esta manera, estaremos transitando por caminos que lleven al país con opciones de crecimiento, única forma para abrir plazas de trabajo en beneficio de los jóvenes que, por ahora, buscan futuro en otros países. Otro tema que debemos cambiar es el relativo al campo laboral que haga posible flexibilizar las modalidades de contratación. Los países vecinos nos llevan la delantera en estas y otras materias. Así no podemos ser competitivos.
La educación es vital para cambiar. Si logramos preparar a nuestros niños y jóvenes para que enfrenten el futuro con determinación, estaremos haciendo Patria. Se requiere inculcar valores de respeto, trabajo, vocación para el emprendimiento, estudio, dignidad, cumplimiento del deber; así, las nuevas generaciones serán las que hagan posible procurar el bien común respetando las diferencias, pero con determinación para comprender que, aunando esfuerzos conjuntos, si podemos ser capaces de dar un giro de 180 grados en los comportamientos de hacer de nuestro Ecuador un país de excelencia, orgullosos de ser parte de su destino. Cambiar no es fácil, pero al menos con intentarlo será el comienzo para conseguir grandes objetivos.
Desterremos ese falso derecho de querer todo gratis, de solamente exigir sin dar nada a cambio. Como muy bien sentencia José Ortega y Gasset, en el libro “La rebelión de las masas”, “cuando amplias mayorías se sienten autorizadas a exigir sin esfuerzo, a reclamar sin comprensión o a juzgar sin preparación, se altera el equilibrio entre libertad, responsabilidad y orden”. El momento en que nos convenzamos que el esfuerzo y el trabajo suplanta a la envidia que carcome al flojo, seremos una mejor sociedad.