Los humanos de pensamiento crítico formularon un conjunto de principios con el fin de organizar la sociedad como ente racional, así nacieron diferentes formas para construir una organización social armónica partiendo desde las primeras culturas. Con la invención y difusión de la escritura el desarrollo civilizatorio multiplicó la capacidad de análisis en las poblaciones, que pasando por estados de autocracia percibieron la necesidad de igualdad y con la evolución de criterios se encontraron caminos que la filosofía iluminó.
La ideología, definida como un conjunto de principios y creencias, se normaliza durante la Ilustración, reconociendo derechos y buscando el equilibrio social, de ahí hasta hoy se producen tendencias filosóficas que buscan explicar el propósito humano y sus relaciones, enmarcados en postulados racionales y éticos.
En Occidente se consolidan dos posiciones, las que tienen origen en la creencia del emperador como solución y otras que fundamentan al individuo como la base social en equilibrio.
Quienes asumen la primera posición sostienen que el capital debe acumularse en un grupo o persona para de ahí prodigar beneficios al resto, algo que rara vez ocurre. Los que siguen la línea de la Ilustración sostienen una necesaria e imperativa búsqueda de equilibrio en el sentido de lo justo, a través del reparto proporcional a los esfuerzos de cada quien, entonces los ’gobiernos y sus electores’ posicionan creencias según su visión ideológica.
En la sociedad líquida nace la complejidad, la gente comienza a vivir en un mundo surreal en el que la ideología se trastoca de forma confusa y aparecen nuevos ‘reyes’, que manipulan el planeta y la mente de miles de ciudadanos, entonces quizá llegamos a un estado de ideologías nebulosas que sugieren un mundo piramidal en el que ¿podrá sobrevivir el planeta?, porque la locura está desatada.
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