Este domingo 16 de noviembre, amaneció un país distinto al que habíamos vivido hasta el día anterior. El electorado respondió de manera clara, contundente, responsable, frente al referéndum y consulta popular sometidos a su consideración. Se lo hizo de manera apresurada, condensada en pocas palabras que no permitían comprender las intenciones del mandatario, que pudieron haber sido las mejores, pero para estar seguros, los votantes decidieron tomar precauciones y actuar a la defensiva.
Por lo visto, este cambio de actitud hacia el mandatario es producto de un divorcio entre las angustias de la ciudadanía y los objetivos macro que, siendo la base estructural que nos permitiría salir del estado de estancamiento que llevamos desde hace 50 años, toman buen tiempo en hacerse realidad.
El apresuramiento que imprimió el Ejecutivo en ganar esta carrera, no dejó espacio para que explique de manera didáctica y entendible, la ruta a seguir y el destino que aspiraba alcanzar. No dudo que las intenciones hayan sido las mejores, para cambiar de rumbo en dirección a lograr un crecimiento robusto y sostenible, alcanzando altos niveles de inversión privada extranjera, creación de plazas de trabajo de buena calidad, fortalecimiento de la dolarización.
Generación de divisas e impuestos para que el Estado disponga de recursos permanentes suficientes para atender las crecientes necesidades en educación, salud, seguridad. Empero, la población ecuatoriana ha soportado casi seis años de crisis a raíz de la pandemia y se sienten los efectos colaterales en todos los ámbitos populares. No existen planes de desarrollo para la mayoría de pequeños agricultores, artesanos, emprendedores, amas de casa y jóvenes que buscan valerse por si mismos para salir adelante.
Si pueden escoger entre opciones de corto, mediano y largo plazo, escogerían las primeras. La basta mayoría de familias necesitan atención urgente de problemas como inseguridad, alto costo de la vida, educación y atención de salud. Para llegar a este punto, han transcurrido al menos 20 años de demagogia, proponiendo soluciones en el papel que crean altas expectativas de los beneficiarios.
Todo ese castillo de sueños se derrumba con el paso del tiempo cuando se evidencia que no existen tales condiciones irreales. El estancamiento de la economía no permite aumentar los tributos proporcionalmente al crecimiento de la población. Es cuando hay que hacer alcanzar del mismo plato para más comensales, y sencillamente no funciona.
Ahora cabe meditar y decidir lo que vamos a hacer en el nuevo país que vio la luz este domingo 16. Los ciudadanos emitieron un EDICTO, demandando acciones con efecto inmediato, negando su apoyo a cambios estructurales que esperan atención desde hace mucho tiempo.
La pelota del destino está en la cancha de Daniel Noboa. Todo el país está puesto sus ojos en él para escuchar la respuesta al mandato recibido en las urnas. No es tiempo para justificaciones, explicaciones técnicas ni discursos magistrales. Es una gran oportunidad para el presidente de demostrar sus capacidades ejecutivas y poner en marcha un PLAN DE EMERGENCIA que atienda los problemas más reales de las grandes mayorías, con efecto inmediato. Para esto, todo el entorno de su gobierno debe dedicar buena parte de su tiempo a escuchar, analizar, proponer y ejecutar. Deben romperse los protocolos burocráticos que entorpecen las acciones públicas. Es ahora cuando el país debe sentir la mano de un ejecutivo, capaz de lograr cambios palpables en la cotidianidad de nuestras vidas.
Los perfumados y prepotentes empleados estatales de alto nivel deben despojarse de las poses de superioridad y bajar de la tarima para interactuar con los actores y dueños de esta democracia. ¡Tomar al toro por los cuernos y someterlo, ya!
A REINVENTARSE DANIEL