Mónica Varea Maldonado
Mónica Varea, escritora ecuatoriana de literatura infantil, nacida en Latacunga, en 1958. Desde 1996 se dedica a la escritura y al negocio de librería, fundando La Rayuela en Quito. Su obra creativa incluye algunos cuentos muy conocidos.
Actualmente es columnista en el diario El Universo. Además, escribe artículos con diveras temática en prestigiosas revistas del país.
Diego escribe
Mi alma de ladilla nació conmigo. La escuela, la educación, los libros, la lectura me fascinaron siempre. Papá se dio por vencido y me matriculo en la escuela antes de la edad reglamentaria. Mamá, un poco más incrédula, me mandó a hacer un uniforme de “una telita así nomás”, —Ya
Yo, la institución
El mensaje era escueto: “Hola, Mónica, salgo de Lima hacia Quito, participaré en Escribidores 2025, me gustaría verte”. Era Alonso Cueto, ese querido escritor peruano con quien mantengo una esporádica y cálida amistad desde una madrugada de 2006 en que, en un arranque de éxtasis al haber terminado de leer
El libro endiablado
Mamá decidió que nos despediriamos de todos los parientes, de todos los vecinos y de todos los artesanos. Recorrimos casa por casa, lloramos al entrar y lloramos al salir. Dimos la mano al entrar, abrazamos al salir. Yo no entendia muy bien por qué lloraba y por qué la congoja
LOS EJÉRCITOS OSCUROS
El libro no tenía las primeras ni las últimas páginas, pero tenía una ardilla que me hacía llorar. Cuando los animales del bosque le preguntaban: “—¿Cómo te llamas?”, ella respondía: “—Pobrecita yo”. No sé cómo cayó en mis manos, no sé cómo terminaba ni por qué estaba triste esa ardilla,
Radiografía
Vivo un encierro pandémico voluntario. Me gustan la soledad y el encierro. Veo la ciudad desde una ventana que da al Pichincha. Fuera una vista perfecta a no ser por dos edificios desproporcionados, retorcidos y horrendos. Veo el monte bordado en la luz celeste del amanecer quiteño. Veo el monte
Adiós
Los veranos de mi infancia se distinguían por el color del sol, el olor del viento y el placer de las cometas. Al crecer, mis sentidos se fueron difuminando hasta quedar en el color, el olor y el sonido rosado de los arupos. Los veranos dejaron de ser veranos cuando