El Presidente Noboa nos sorprendió una noche cualquiera, anunciando el fin del subsidio al diésel, que ha causado polémica desde el inicio de la Era petrolera. Con la salida del primer barril de petróleo de la selva oriental bajo la dictadura de Rodríguez Lara en 1972, cambió la mentalidad de los ecuatorianos, quienes aspirábamos disponer de combustibles “gratuitos” pues nadie entendía la razón para que nos cobren de algo que nos pertenecía. El “tira y afloja” empezó entre los grupos de presión y las autoridades de turno. Los argumentos jamás han sido técnicos, sino políticos y sociales. Los “voceros del pueblo” han mantenido este tema como caballo de batalla, sabiendo que para cualquier ciudadano es más cómodo que se le abaraten los costos de vida. Mientras que la factura por esta decisión nos ha pasado silenciosamente por medio de otros impuestos. Además, la calidad de los combustibles ofrecidos por Petroecuador ha sido baja y los servicios complementarios, pobre.
La cosa se agravó cuando los precios de petróleo se elevaron absurdamente, arrastrando el costo de los combustibles locales y de manera proporcional los subsidios. Muchos “científicos” de la política han sostenido siempre que para costear los derivados de hidrocarburos, se debe contabilizar con costo CERO el petróleo utilizado. Esto sería ignorar el “costo de oportunidad” que corresponde al beneficio que deja de recibir el Estado al destinarlo para otro uso. De igual manera se contabiliza en las cuentas familiares el costo de la vivienda propia, cuyo valor podría estar generando un ingreso al depositarlo en un banco. Lo cierto es que esta polémica no se ha acabado nunca y así hemos vivido felices recibiendo un combustible barato por el privilegio de ser petroleros. Los grupos de presión han convertido este dilema en una medición de fuerzas con el gobernante de turno, que ha sido el eterno perdedor. Se estima que el monto de subsidios otorgados se asimila a la deuda externa actual, lo que significa que hemos recibido este beneficio financiando el hueco presupuestario que dejamos, con nada menos que deuda externa.
Esta demagogia se ha aplicado en muchos frentes, cuya sumatoria se refleja en la debilidad de la Caja Fiscal y los escuálidos presupuestos que demuestran que somos capaces de gastar todo el dinero disponible y más, pero no hemos logrado crecer, generando más empleo, atrayendo inversiones, racionalizando el tamaño del estado, etc. para lograr un equilibrio entre los ingresos y los gastos. Todos los gobernantes han pateado el problema para el siguiente gobierno, pues es incómodo asumir la responsabilidad de ponerle un freno a tanta demagogia y empezar a construir una economía sólida y planificada para el mundo actual. Debe llegar el día en que un gobernante resuelva decidir lo que convenga al país, y no solamente a sus intereses.
Pues, increíblemente, ese día llegó de la mano del gobernante ecuatoriano más joven de nuestra historia y lo hizo con determinación y firmeza que asombran. ¡Enhorabuena para Ecuador que surge una generación nueva de profesionales bien formados que asumen estos retos globales sin amilanarse! A pesar de las amenazas, ofensas, presiones, bloqueos, cabalgan con rumbo seguro hacia un “Nuevo Ecuador”. Se siente el ritmo ejecutivo que marca su diario accionar. Sorprende el ritmo de legislación que ha sacado de su estrategia a la debilitada oposición de apenas un puñado de amargados políticos que están camino al retiro forzoso.
Daniel Noboa ha declarado el fin de la demagogia en el manejo presupuestario. Ha dado el primer paso en uno de los problemas más álgidos que ha distorsionado el presupuesto anual por décadas. Y seguirá en la misma dirección, hasta lograr unas finanzas públicas sanas.
¡ASÍ SE GOBIERNA!