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Entre los años 1880 y 1895, Ecuador se convirtió en el mayor exportador de cacao a Europa y, en menor cantidad, a los Estados Unidos. Muchas familias de la costa se enriquecieron, y sus hijos fueron a estudiar a Europa, especialmente a Francia, cuna de la cultura, a donde viajaban personas apasionadas por las ciencias y las artes de todo el mundo, para aprender nuevas técnicas y avances en sus respectivas profesiones y talentos. También acudían personas adineradas para divertirse y aprovechar las oportunidades que brindaba la comodidad económica. Casi un centenar de familias costeñas se establecieron en Europa, donde la vida era más cómoda en comparación con la que tenían en Ecuador; las grandes haciendas quedaban al cuidado de administradores, mientras las ganancias se disfrutaban en una Europa floreciente.

Para la década de 1920, llegó una época de desaceleración económica, y los puertos ecuatorianos sufrieron las consecuencias. Vinces, un puerto fluvial importante en esos tiempos, comenzó a experimentar los efectos de esta situación, afectando el comercio de muchos artículos que se traían del viejo continente y se distribuían a los principales negocios de la sierra. Por otra parte, el ferrocarril que llegó a Quito en 1908 también sufrió esta merma en el transporte entre la costa y la sierra.

El villorrio de San Miguel, fundado el 29 de septiembre de 1573 por Don Antonio Clavijo, debía tener unos cuantos cientos de habitantes, ya que en la actualidad su población asciende a 16 751. Localizado en el sur de la provincia de Cotopaxi, colindando con Tungurahua, no era más que una parroquia rural de Latacunga. El 19 de septiembre de 1918, se convirtió en cantón con el nombre de San Miguel de Salcedo, en honor a un orador dominico oriundo de la provincia, lo que le otorgó vida administrativa propia.

Para los años del boom económico por el comercio de productos de la costa, especialmente el cacao con Europa, la población de San Miguel no debía contar con más de unos pocos miles de habitantes, incluyendo las comunidades rurales.

Mi abuelo materno, Nicanor Basantes, en esas horas familiares de sobremesa y muchas veces durante las caminatas que hacíamos hasta la propiedad en Chipolo, nos contaba cómo realizaba sus travesías de negocios a la costa y relataba paso a paso esas giras en busca de mercadería.

Contaba que su padre, de nombre Ramón Basantes, había aprendido a hacer pequeños negocios con los productos de su tierra, y su astucia le abrió camino hacia otros artículos domésticos e instrumentos para profesiones que en esa época debían ser difíciles de adquirir. Con el paso de los años, estableció un lugar para el negocio de compra y venta de elementos necesarios para el hogar, herramientas y otros artículos. Enseñó a mi abuelo Nicanor, todavía joven, cómo y dónde adquirir dichos artículos. Así es como nació un negocio de comercio de telares y artículos para la vida en el hogar; se abrió un local en San Miguel, en casa de su propiedad, en un principio bajo la administración de su padre, mientras él realizaba viajes a la costa, específicamente a las ciudades de Vinces y Guayaquil, para adquirir estas mercancías. Con una visión emprendedora, incrementó las compras de instrumentos necesarios en zapatería, carpintería y sastrería, profesiones útiles y productivas de la época. Además, trajo instrumentos musicales, aunque no sé si eran por encargo o para venta propia, pero los mantuvo en un almacén que abrió luego en la capital.

Los viajes eran verdaderas caravanas, como aquellas de los comerciantes árabes o persas que narran las historias y novelas; estamos hablando de finales del siglo XIX y los primeros años de 1900. Conseguía y contrataba a personas que poseían acémilas, conocidas como mulas, un cruce entre caballos y burros, que, según decía, eran las más fuertes para aquellos caminos, o mejor dicho, chaquiñanes, abiertos para el tránsito de estos animales. Llevaba consigo carpas de la época y alforjas con alimentos y agua. Había contratistas de organizaciones ya formadas que realizaban estas travesías. Tenía una ruta ya conocida que, partiendo de San Miguel, pasaba por Ambato, Riobamba y, siguiendo un camino que se decía era muy peligroso, conocido como Gallo Rumi, cruzaba la provincia de Bolívar hasta llegar a la provincia de Los Ríos, específicamente a Vinces, donde adquiría todo un listado de artículos para su negocio o encargos. Si no los encontraba, continuaba hasta Guayaquil para adquirirlos.

Esta travesía, sumamente dura, ya tenía sus sitios específicos llamados tambos, que eran lugares de descanso, alimentación y recambio de animales que acompañaban la caravana. Indudablemente, atravesar los páramos, llanuras, selvas y precipicios debió haber sido durísimo, estando sujetos a los cambios climáticos, las limitaciones alimenticias, los peligros naturales, los animales salvajes y los asaltos de ladrones que asolaban el campo. En muchas ocasiones, habían sido confundidos con grupos militares de retaguardia o de abastecimiento de las tropas, que en ese tiempo de lucha se enfrentaban entre facciones de liberales y conservadores. Estos grupos armados andaban con frecuencia por el campo. Entiendo que las travesías duraban semanas entre la ida y el regreso. Cuando se inauguró el ferrocarril, esta odisea en el trasporte entre costa y sierra cambió por completo.

En el cantón también existían tambos para las personas que venían desde el norte de la república. Recuerdo uno de ellos, situado en una casa grande con un espacio para animales, donde hoy se encuentra el coliseo. Decían que pertenecía a una familia Guerrero, emparentada con familias conocidas de la ciudad. Los dueños se trasladaron a vivir en Quito, donde construyeron un edificio en San Agustín, en pleno centro de la capital. También se decía que había otro tambo muy cerca de la plaza América, en dirección a Palmira, aunque no puedo dar fe de ello.

Dado que lo que se compraba en la costa era abundante y costoso, no justificaba traerlo únicamente para un mercado incipiente en San Miguel. Por ello, decidieron abrir un almacén en Quito a cargo de Nicanor, manteniendo también el almacén en Salcedo. Para entonces, Nicanor ya había contraído matrimonio con una dama latacungueña, Zoila Hortensia Moreno Cevallos, con quien tuvo descendencia. Su primera hija, María Elena, nació en 1905. Compró una casa donde estaba el almacén, en las calles Guayaquil y Sucre, frente al Pasaje Tovar (llamada la zona de comercio), ya que en la calle Flores, a una cuadra, se vendían toda clase de instrumentos y materiales para el hogar y la construcción, incluyendo materiales explosivos como pólvora y municiones. Posteriormente, el almacén primario se entregó a sus hijas, y el de Quito se arrendó a un italiano oriundo de Nápoles, quien abrió el Almacén Luciano, especializado en casimires y sombreros, en vista de que era muy difícil mantener repartida la actividad económica y la movilización era aún peor. Además, con el paso del tiempo, resultó más cómodo negociar con el comercio de Ambato y Cuenca, que empezaba a activarse con la presencia de migrantes palestinos y libaneses encargados de la importación y venta.

Esta historia muestra que el primer almacén, entendido como tal, fue de la familia Basantes, localizado en la calle García Moreno, a media cuadra de la entrada norte del parque principal. Allí se vendían telas de seda, algodón, rusel, lienzos, gabardinas, telas de forro, lanas de todos los colores, hilos de coser, agujas de mano y máquina, botones, ganchos, cierres, hombreras, franelas, hilos de seda para bordado, cintas, hebillas, corchetes, gafetes, medias para hombres, niñas y señoras, sacos de lana, ropa interior para hombres y damas, camisas, corbatas, abrigos impermeables, cinturones, faldas, sombreros, zapatos de caucho, pasadores, y otros. Al principio, en Quito, también se vendían instrumentos musicales como mandolinas italianas, arpas fabricadas en Salcedo por Gabriel Jiménez Lascano, un equivalente a un melódico, relojes, máquinas de escribir, espejos decorativos, jarras y lavacaras de lujo, pieles para las señoras y sombreros de velo, que estaban de moda en la época, cocinas, lámparas de mechero, utensilios de cocina y otros instrumentos.

Con el tiempo, su hija María Elena se casó con Manuel Mayorga, oriundo de Ambato, a quienes entregaron el almacén de Salcedo, mientras que a las otras hijas, Carmelina y Margarita, les asignaron un almacén de ropa para niños y mujeres.

Muchos de los muebles que conservo hasta la fecha formaban parte del almacén y fueron elaborados por artista salcedense, que no solo fue pintor y escultor, sino también ebanista.

Cuando era niño, jugaba con unas cajas de cartón bastante duras en forma de cilindros, sobre las cuales rodábamos de un lado a otro. En ellas venían los sombreros desde Italia. Había unos baúles negros de cartón duro, de madera fina y bordes de metal, en los que llegaba la mercadería durante las travesías en los barcos que venían del viejo continente, y que luego eran transportados en tren desde Guayaquil. Los pedidos se realizaban a través del telégrafo que había en la estación de ferrocarril, y posteriormente en las oficinas situadas en el parque principal.

Con el tiempo, aparecieron otros almacenes, que se dirigían a nichos especializados de venta. Así fue el almacén del Sr. Humberto Aulestia, ubicado en el parque, destinado a productos finos y de bisutería; el de la Sra. Zoila de Franco, especializado en ropa de mujer y artículos de hogar; también el de Vicente Páez, de profesión sastre, localizado en el parque central y que ofrecía todo lo referente a sastrería; el de las hermanas Paredes, que abrieron una tienda de regalos y elementos de decoración. Asimismo, había un almacén de sombreros de un extranjero casado con una dama salcedense de apellido Boto.

Esta historia trata sobre el primer almacén en San Miguel de Salcedo, cuyo último vestigio fue el almacén de Manuel Mayorga, ubicado en la plazoleta de la Madre y que mantuvo hasta su muerte en el año 2006. Es decir, un negocio que duró por más de CIEN AÑOS, transmitido de padres a hijos durante tres generaciones. Aún conservo algunos recuerdos y objetos de ese negocio. Debo también mencionar la primera botica, de la cual tuve en mi poder una botella de farmacia con un medicamento, un polvo blanco que decía “Carbonato de Calcio”, y que fue entregada al Museo de Salcedo. En la etiqueta se puede leer: “Botica Ecuador, Dr. González, Salcedo, Ecuador”. No conozco mucho sobre ese establecimiento, y tampoco hay referencias, ya que las personas a quienes podría haber consultado fallecieron. Posteriormente, se instalaron otras boticas.

Las fotos a continuación ofrecen una idea de lo escrito y muestran que, a pesar de los años, los objetos se han conservado en buen estado como un recuerdo familiar de la época.

El escritorio con vitrina para libros estaba ubicado en un lugar estratégico del almacén. El otro escritorio, de propiedad de su hermano Tomás, quien era presbítero y filántropo, se encontraba en una sala de la casa. Tomás donó sus propiedades para la educación católica en artes y oficios.

Algunos artículos en venta incluían juegos de tazas, vinajeras y botellas para agua, destinados al uso en el hogar.

Instrumentos necesarios para moler café, lámpara de mechero, cocina y ollas de acero, máquina de coser y radiola.

Instrumentos musicales, elaborados en Salcedo por el maestro Gabriel Jiménez: un melódico y un arpa.

Parte de los instrumentos musicales de fabricación italiana.

Elementos decorativos para el hogar.

Sombreros de producción francesa para señoras.

Muebles para espacios libres, realizados por el maestro Gabriel Jiménez.

Cofre para joyas, una radio para el entretenimiento en el hogar y un teléfono de manivela.

Mueble de fabricación extranjera.

Propaganda de productos para la venta en casas comerciales de Guayaquil.

Esta fotografía, tomada alrededor de los años 1920 por el famoso fotógrafo Don José Domingo Laso, quien fue enviado por el General Eloy Alfaro para especializarse en Francia, muestra a las tres generaciones: Ramón, Nicanor y María Elena, de aproximadamente 12 a 14 años.

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