Hace más o menos 70 años, cuando éramos pequeños, nos gustaba disfrutar de las famosas revistas o “cómics” de la época; esperábamos con ilusión los días sábado para buscar las nuevas historietas de los héroes preferidos de antaño. En una esquina del parque “Vicente León” se exhibían los esperados ejemplares que, si no íbamos temprano, rápidamente se agotaban y teníamos que averiguar quiénes se habían adelantado comprándolos para que nos prestaran, o, en el peor de los casos, para intercambiarlos con otras de igual o parecido interés.
Entre las más esperadas con ilusión estaba la de “Superman”, el campeón de los héroes, personaje creado en 1933 por Jerry Siegel y el artista Joe Schuster. El Cine REX -de gratísimos recuerdos-, en su programación de la esperada función “vermut”, exhibía películas de este personaje mítico, oculto en el reportero Clark Kent, que no se decidía a enamorar a Luisa Lein, de pronto porque todo él era de acero. Como periodista del diario “El Planeta”, estaba enterado de todos acontecimientos que pasaban en “Metrópoli” acompañado del joven Jimmy Olsen, cuyo jefe era Perry White. Lex Luthor, el malo de la serie, tenía conocimiento que la terrible “Kryptonita”, que proviene del planeta “Krypton”, era lo único que podía eliminar al superhéroe.
Estaban también en nuestro radar Tarzán, el hombre mono, caracterizado por Jonny Weismuller; gobernante de la selva, respetado y temido por todos los animales de la selva. Jenny su bella compañera, su hijo Boy y la mona chita, eran los principales personajes de la serie. No entendíamos cómo se comunicaban con los animales, pero lo hacían. Sería un gran logro que ahora algún buen Tarzán les haga hablar en forma coherente a algunos ignorantones de la asamblea. El Fantasma, héroe misterioso y disfrazado, otra revista que distraía mucho creado por Lee Falk, al igual que a Mandrake el Mago. El súper ratón, gran tipo: otra revista esperada. Les sacaba la madre a los gatos que se atrevían a molestar a la ratona preferida, la Pearl Pureheart. El gato Oil Can Harry era el líder de la banda, siempre hecho el “machito” pero el súper ratón les daba tal paliza que no volvíamos por otra, hasta la próxima revista.
Nos identificamos con Toby, gordito con sombrero de marinero, niño parte de los personajes de la revista de “La Pequeña Lulú”. No quería codearse con las niñas y prefería reunirse con varones y molestarlas cada vez que se asomaban. El lema del club era: “No se admiten mujeres”. Ahí apareció Fito, el buen Fito, amigo que seguía las instrucciones de Toby. Se trató de una especie de pandilla, pero de las buenas e inocentes, que no hacía daño a nadie, solo jugaban y máximo se lanzaban bolas de nieve como demostración de cariño pastuso y se divertían como nadie. Sus papás nunca recibieron quejas por ser malcriados: eran niños buenos, despiertos, pilas y entrañables amigos.
Cómo olvidar al comic de los Halcones Negros, pilotos hábiles, defensores del espacio y libertades del mundo, ejemplares representantes de la técnica aviatoria que nos defendían de todos los invasores, habidos y por haber. Estaban integrados por: El Halcón (Blackhawk), Stanislaus, Olaf, André, Chuck, Hendrickson y Chop Chop. Mi hermano Trajano, en nuestra quinta “Colaisa”, cerca de San Buenaventura, integró con sus amigos cercanos un grupo parecido, entre ellos: Alfonso Izurieta Maldonado, Diego Holguín Samaniego, Germánico Naranjo Iturralde, Miguel Rivas Cajiao, Gonzalo Pazmiño Holguín, Jaime Modesto (Mocho) Izurieta Maldonado (bautizado como Chopo Chop), entre otros. Utilizaban aviones de carrizo con hélices confeccionadas de papel que, al correr, giraban a plenitud.
Era la época dorada de la juventud, en la que se confeccionaban nuestros propios juguetes; y, en vacaciones, en el sector de “el ejido” -cerca de la pista de aterrizaje-, se aprovechaba para hacer volar las cometas, enviando todo tipo de cartas y mensajes al cielo, a través del hilo, como adelantándonos al internet que cambió total y dramáticamente la forma de comunicarnos entre los seres humanos, de manera directa, personal, cercana y cordial. ¡Qué tiempos aquellos!