El legado del Laboratorio Urbano de Latacunga

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En el corazón de Ecuador, rodeada por la majestuosidad de volcanes activos como el Cotopaxi y sumida en una geografía de contrastes, Latacunga es más que un simple punto en el mapa. Es un símbolo de resiliencia y adaptación. A lo largo de su historia, esta ciudad ha enfrentado desastres naturales que han puesto a prueba no solo su infraestructura, sino el espíritu de su gente. Sin embargo, en medio de la adversidad, ha florecido un proyecto que ha cambiado el rumbo de la ciudad y sus habitantes: el Laboratorio Urbano de Latacunga.

Este laboratorio no es un espacio lleno de probetas y experimentos químicos, sino un epicentro de innovación social y gobernanza local, donde autoridades, comunidades y expertos se unieron para enfrentar uno de los desafíos más urgentes de nuestro tiempo: la gestión de riesgos de desastres en un mundo que cambia rápidamente.

Latacunga no eligió sus desafíos geográficos. Las erupciones volcánicas, los lahares, los sismos y las inundaciones son parte de su paisaje tanto como sus calles empedradas y sus tradiciones ancestrales. Pero sí eligió cómo enfrentarlos. Fue en este contexto que, en 2017, nació el Programa Ciudades Intermedias Sostenibles (CIS), impulsado por la Cooperación Alemana (GIZ) y ejecutado en colaboración con el Gobierno Autónomo Descentralizado Municipal (GADM) de Latacunga y el Grupo FARO.

El objetivo era ambicioso: transformar a Latacunga en un modelo de gobernanza del riesgo de desastres y adaptación al cambio climático, no solo para Ecuador, sino para toda la región andina. Y lo que comenzó como un plan técnico se convirtió en una verdadera revolución social y cultural.

El Laboratorio Urbano de Latacunga no tardó en demostrar su impacto. En su primera fase (CIS I), se sentaron las bases con la creación de la Ordenanza para Regular el Sistema Cantonal de Gestión de Riesgos, una normativa que convirtió la gestión del riesgo en una responsabilidad compartida entre las instituciones y la ciudadanía.

Pero la verdadera magia ocurrió en las calles, en los barrios, en las comunidades. Tres comités comunitarios de gestión de riesgos fueron formados, llevando el conocimiento técnico directamente a las manos de quienes enfrentan el peligro en su día a día. Mujeres, líderes barriales, jóvenes y adultos mayores participaron activamente en este proceso, transformando la percepción del riesgo en una oportunidad para fortalecer lazos comunitarios y promover la solidaridad.

Cuando la pandemia de COVID-19 golpeó al mundo en 2020, Latacunga ya estaba mejor preparada que muchas otras ciudades. Gracias a las estructuras y protocolos desarrollados por el Laboratorio, la ciudad pudo responder con rapidez y eficacia, demostrando que la gestión de riesgos no es solo para desastres naturales, sino para cualquier amenaza que ponga en peligro la vida de las personas.

Uno de los hitos más destacados del programa fue el uso de la tecnología como herramienta para el análisis y la toma de decisiones. A través de la herramienta TOSCA (Toolkit for Open and Sustainable City Planning and Analysis), en colaboración con el Instituto Superior Tecnológico Cotopaxi y la Universidad de Hamburgo, se logró mapear y analizar los riesgos del territorio con una precisión sin precedentes.

Pero más allá de la tecnología, el verdadero motor de este proyecto fue la participación ciudadana. En Latacunga, la ciencia no quedó encerrada en oficinas o laboratorios, sino que caminó de la mano con la comunidad. Las decisiones se tomaron en conjunto, las soluciones se construyeron colectivamente, y el conocimiento se compartió libremente.

El impacto del Laboratorio Urbano de Latacunga no se limitó a su territorio. El modelo desarrollado en la ciudad ha sido replicado en otros municipios de Ecuador, y la Secretaría Nacional de Gestión de Riesgos ha adoptado varios de los indicadores y metodologías creados en Latacunga como estándares nacionales.

Hoy, Latacunga no es solo una ciudad que enfrenta sus riesgos; es una ciudad que lidera con el ejemplo. Ha demostrado que la gestión de riesgos no es un lujo, sino una necesidad urgente en un mundo cada vez más vulnerable a los efectos del cambio climático y los desastres naturales.

Pero más allá de las cifras y los logros técnicos, el verdadero legado del Laboratorio Urbano es su gente. Son las historias de vecinos que, gracias al conocimiento adquirido, salvaron vidas durante una inundación. Son los niños que, al aprender sobre riesgos en la escuela, enseñaron a sus familias cómo estar preparados. Son las mujeres que, liderando comités comunitarios, se convirtieron en guardianas de sus barrios.

El Laboratorio Urbano de Latacunga nos enseña que el desarrollo sostenible y la adaptación al cambio climático no son utopías lejanas, sino realidades tangibles cuando la voluntad política, la ciencia y la comunidad trabajan juntas. Latacunga es ahora un faro de esperanza para todas las ciudades que enfrentan los desafíos del siglo XXI, demostrando que, con visión, compromiso y colaboración, es posible transformar la vulnerabilidad en resiliencia y los riesgos en oportunidades.

Porque, al final, Latacunga no solo aprendió a prevenir desastres. Aprendió a construir un futuro donde cada desafío es una oportunidad para crecer, y cada amenaza, una razón más para unirse.

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