El legado que florece en la tierra y en el alma

“Las opiniones publicadas en este espacio son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan la opinión de la Asociación de Cotopaxenses Residentes en Quito. Todas las opiniones han sido publicadas con la expresa autorización de sus autores.

En lo profundo de la sabiduría oriental encontramos un proverbio que, aunque nacido en tierras lejanas, parece haber sido escrito para la realidad de nuestra provincia de Cotopaxi: “Si haces planes para un año, siembra arroz. Si los haces para los lustros, planta árboles. Si los haces para toda la vida, educa a una persona.” Este mensaje sencillo, pero de una profundidad inmensa, ilumina el camino para enfrentar los desafíos que atraviesa nuestra comunidad, especialmente cuando hablamos del desarrollo sostenible y la superación de la desigualdad.

En Cotopaxi, como en muchas regiones de nuestro Ecuador, los problemas sociales parecen ser tan vastos como nuestras montañas: pobreza, desigualdad, migración, y un acceso desigual a la educación. Sin embargo, el proverbio nos señala una verdad clave: no hay problema que no pueda ser resuelto con la fuerza transformadora de la educación.

La siembra de arroz es el reflejo de lo inmediato, de atender las necesidades básicas que permiten a las personas sobrevivir. En Cotopaxi, esto significa asegurar que las escuelas rurales cuenten con infraestructura adecuada, con profesores motivados y bien capacitados, y con materiales educativos de calidad. No podemos soñar con un futuro próspero mientras haya niños y niñas que caminan kilómetros descalzos para llegar a una escuela sin techo o con aulas frías que apenas resguardan del viento.

Los árboles simbolizan paciencia y visión. Al igual que un árbol tarda años en crecer y ofrecer sombra y frutos, las iniciativas educativas a largo plazo requieren compromiso. En este sentido, Cotopaxi necesita políticas sostenibles que fortalezcan la educación media y superior, para que nuestros jóvenes puedan acceder a carreras técnicas y universitarias alineadas con las necesidades de la provincia. Imaginemos a Cotopaxi como un centro de innovación agroindustrial, liderado por jóvenes formados en nuestras propias universidades, capaces de revolucionar la producción agrícola y ganadera, respetando al mismo tiempo nuestra conexión ancestral con la tierra.

La última enseñanza del proverbio nos recuerda que educar a una persona no es solo darle herramientas para ganarse la vida, sino formar seres humanos íntegros, críticos y comprometidos con su comunidad. En Cotopaxi, esto implica reconocer que la educación no es solo académica; también es cultural y emocional. Nuestra gente lleva en el corazón las historias, los cantos y los saberes de los Andes. Por ello, mejorar la calidad de la educación no significa alejarnos de nuestras raíces, sino integrarlas al currículo, reconociendo el valor de nuestra identidad.

Como persona comprometida con el desarrollo de nuestra provincia, creo profundamente que la mejor forma de contribuir al futuro de Cotopaxi es invertir en su gente, especialmente en sus niños y jóvenes. Por eso, me interesa desarrollar proyectos educativos que eleven la calidad de la educación básica, media y superior. Desde programas que capaciten a los maestros para enfrentar los desafíos del siglo XXI, hasta iniciativas que integren tecnología y métodos pedagógicos innovadores en las aulas rurales, mi visión es clara: cada esfuerzo que hagamos hoy en la educación será un cimiento sólido para el Cotopaxi del mañana.

No es fácil cambiar el rumbo de una provincia que enfrenta tantos retos, pero la esperanza florece en los corazones de quienes creen en el poder transformador de la educación. Si logramos que cada niño y joven reciba una educación digna, equitativa y relevante, habremos plantado las semillas de un futuro donde Cotopaxi no solo sobreviva, sino prospere.

Hoy más que nunca, necesitamos recordar el proverbio chino. Si queremos resolver los problemas inmediatos, sembremos arroz; si aspiramos a un cambio sostenible, plantemos árboles; pero si soñamos con transformar vidas y construir una sociedad más justa, eduquemos a nuestras personas. Porque en las aulas de Cotopaxi no solo se enseñan lecciones, se cultivan los sueños que algún día transformarán al mundo.

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