En el camino de todo estudiante, siempre hay un maestro que deja una huella profunda, ya sea por su estricta disciplina o por su capacidad para inspirar. Hay docentes que creen que mantener una estricta distancia con sus alumnos es la clave para conservar el respeto y el orden en el aula. Sin embargo, la experiencia y la reflexión nos muestran que un verdadero maestro no solo educa en conocimientos, sino también en valores, y que el respeto no se impone, sino que se gana con empatía, comprensión y firmeza.
Recuerdo el caso de un profesor de matemáticas en el colegio Vicente León, Rafael Lanas Varea, un hombre que simbolizaba la estricta disciplina académica. En sus clases, los ejercicios del famoso libro de Baldor eran un reto cotidiano, especialmente en temas complejos como la factorización. Tenía la costumbre de llamar a sus alumnos uno por uno al pizarrón para resolver problemas, y cada paso incorrecto era observado con una mirada severa y frases que, aunque duras, estaban cargadas de su deseo de que aprendiéramos.
Un día, uno de mis compañeros tuvo dificultades para factorar un polinomio en la pizarra. Después de varios intentos fallidos, el profesor Lanas, con tono firme, le dijo: “Yo, a tu edad, sabía todos los casos de factoreo, incluyendo los casos especiales”. En un giro inesperado, mi compañero respondió con calma: “Es que usted ha de haber tenido buenos profesores”. A pesar de la tensión en el aula, este comentario provocó risas contenidas y una pausa que marcó el momento.
Esta anécdota nos recuerda algo esencial: un buen educador no se limita a imponer disciplina; sabe cómo ganarse la confianza y el respeto de sus alumnos. La disciplina por sí sola puede generar temor y obediencia momentánea, pero solo el maestro que combina firmeza con comprensión puede dejar una marca positiva en sus estudiantes.
Un docente verdaderamente eficaz establece normas y límites claros en el salón de clases, pero también se esfuerza por ayudar a sus alumnos a comprender por qué esas reglas son importantes. Cuando un estudiante comete un error, ya sea académico o disciplinario, un buen maestro no solo corrige la falta, sino que guía al alumno para que reconozca su error y encuentre soluciones para corregirlo. Este enfoque no solo fomenta el aprendizaje, sino también el desarrollo de la responsabilidad y el carácter.
El profesor Lanas, con toda su severidad, nos enseñó la importancia de la disciplina en el aprendizaje. Pero también nos dejó una lección implícita: los mejores maestros son aquellos que saben equilibrar la firmeza con la empatía. Los estudiantes necesitan normas claras y una guía firme, pero también necesitan sentirse valorados y comprendidos.
Un maestro que combina ambos enfoques inspira a sus alumnos a esforzarse no por miedo al castigo, sino por el deseo de superarse. Este tipo de enseñanza fomenta la confianza y el cariño, dos elementos esenciales para crear un ambiente de aprendizaje positivo y efectivo.
Hoy, al recordar al profesor Lanas y su inquebrantable disciplina, puedo entender que detrás de su dureza había un profundo deseo que aprendiéramos y de que nos preparáramos para los retos de la vida. Sin embargo, también entiendo que los métodos de enseñanza han evolucionado, y que la amabilidad no debilita la autoridad, sino que la fortalece.
Un maestro eficaz no tiene que elegir entre ser estricto o ser amable; puede ser ambas cosas. Puede establecer límites, pero también puede abrir espacios para la comunicación, el error y el crecimiento. Porque al final, un buen profesor no solo enseña matemáticas o gramática; enseña a ser mejores personas.
Y quizá, como dijo mi compañero en aquel salón de clases, los profesores que logran este equilibrio también tuvieron buenos maestros.