La sombra de una democracia incompleta

“Las opiniones publicadas en este espacio son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan la opinión de la Asociación de Cotopaxenses Residentes en Quito. Todas las opiniones han sido publicadas con la expresa autorización de sus autores.

En Ecuador, como en muchos países de América Latina, nos gusta decir que vivimos en democracia. Las elecciones se celebran, los votos se cuentan, y el poder cambia de manos en un proceso que, en apariencia, cumple con los rituales esenciales de un sistema democrático. Pero, ¿es eso suficiente? ¿Podemos llamar democracia a una estructura que deja en el olvido a miles de personas, donde la pobreza extrema sigue siendo una condena y la justicia social es más promesa que realidad?

La democracia, cuando es auténtica y bien aplicada, no se limita a la existencia de urnas y elecciones. Va mucho más allá. Es un compromiso integral con la dignidad humana, con la igualdad de oportunidades, con la construcción de una sociedad que abrace a todos sus ciudadanos, sin importar cuán vulnerables o marginados puedan estar. Hoy, en Ecuador, lo que vivimos es apenas un principio de democracia, una democracia vacilante que tiene tantas carencias como desafíos.

Es cierto que disfrutamos de ciertas libertades. Podemos expresarnos, protestar, votar y hasta aspirar a un futuro mejor. Sin embargo, ¿de qué sirven esas libertades cuando están condicionadas por el hambre, la desigualdad y la falta de oportunidades? Una persona que no puede alimentar a su familia, que no tiene acceso a educación o que vive en constante incertidumbre económica, difícilmente puede ejercer sus derechos de manera plena. La democracia no solo debe garantizar libertades políticas; debe ser capaz de asegurar que esas libertades se vivan con dignidad.

La verdadera democracia se mide por su capacidad de cerrar brechas. Un país no puede llamarse democrático si tolera que un niño en una comunidad rural camine horas para llegar a una escuela sin maestros ni recursos, mientras en las grandes ciudades se despilfarran recursos en proyectos sin propósito. No puede ser democrática una nación en la que unos pocos tienen acceso a todo, mientras la mayoría lucha por lo mínimo.

La justicia social no es un lujo; es la base sobre la que se construye una sociedad respetable. Es garantizar que cada persona tenga lo necesario para vivir dignamente: educación, salud, trabajo y vivienda. Es también erradicar la pobreza extrema, no solo como un acto de compasión, sino como una obligación moral y política.

Hoy, en Ecuador, vivimos una democracia que deja demasiado espacio vacío. Espacios donde debería haber salud, pero hay hospitales desabastecidos; donde debería haber educación, pero hay niños que abandonan sus sueños porque deben trabajar; donde debería haber justicia, pero hay impunidad para los poderosos.

Estos vacíos no son casuales, son el resultado de un sistema que ha priorizado intereses particulares sobre el bien común, que ha visto en la democracia un medio para el poder y no para el servicio. Son, en última instancia, el reflejo de una sociedad que aún no ha entendido que el bienestar colectivo es el único camino hacia un verdadero desarrollo.

Si queremos transformar este principio de democracia en una democracia real, debemos cambiar nuestra perspectiva. La democracia no puede ser solo un conjunto de normas, debe ser un pacto social que priorice la justicia, la solidaridad y la equidad.

Esto implica exigir líderes que entiendan que gobernar es servir, no servirse. Implica también, como ciudadanos, asumir nuestra responsabilidad en la construcción de un país mejor. La democracia no es tarea solo de los políticos; es un esfuerzo colectivo, una construcción diaria que comienza en nuestras comunidades, en nuestras escuelas, en nuestras familias.

Soñemos con un Ecuador donde nadie pase hambre, donde la educación sea un derecho real y no un privilegio, donde la salud sea una garantía y no una deuda. Soñemos con un país donde la democracia sea más que un discurso y donde la justicia social no sea una utopía, sino una realidad palpable.

Hoy vivimos un principio de democracia, un modelo imperfecto que nos da algunas libertades, pero nos quita demasiadas oportunidades. Sin embargo, no perdamos la esperanza. La democracia verdadera es un ideal por el que vale la pena luchar, porque solo en ella encontraremos la base para construir un Ecuador más digno, más justo y, sobre todo, más humano.

Que este principio de democracia que vivimos no sea nuestro destino final, sino el punto de partida para construir el país que todos merecemos.

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