Los vastos territorios de montaña del noroeste de Quito, que alguna vez fueron comarcas habitadas por una población migrada de Cayapas, Otavalos, Quitus, y del sur de Colombia, los Pastos; fue apoderada por los nobles y criollos españoles, militares distinguidos, algunos plebeyos y comunidades religiosas a pretexto de la evangelización de los salvajes, de cuyo paso aún existen templos de rústicas de maderas.
En esos mismos territorios fueron creciendo familias, que siendo privilegiadas por el no pagar impuestos y hacer trabajar a los nativos aun conservando el antiguo concertaje, hicieron grandes fortunas producto de la ganadería, el cultivo de tierra fértil para cereales, hortalizas, tubérculos, frutales de toda clase, una zona con un clima que se podría denominar como subtropical, lluvia en la noche, neblina al comenzar la mañana y terminar la tarde, pero un sol radiante el resto del día.
Entre la irregularidad de los montes verdes existían casonas de construcción de piedra y madera – aprovechando de las minas y de la variedad de árboles duros y robustos de la zona, que la explotación hizo fuente de riqueza – daban un contraste de pintura con sus tejas coloreas. Había una de ellas que sobresalía en la cumbre de la colina, entre las pocas a su alrededor, hacía de vigía en esos vastos horizontes y era un mirador para extasiarse de la belleza de la naturaleza que se unía el verde con el azul del cielo.
Poblado taciturno de gente trabajadora, soñadores con los hijos que crecían, eran familias numerosas, con una religiosidad heredada, bien formados y con temor a los principios trasmitidos. Había miedo al mal comportamiento, la bondad como tarjeta de convivencia y la intimidad se limitaba a los juegos inocentes, a los cuentos de los mayores, al calor del fogón y las caricias de sus padres. Los niños crecían y los jóvenes forjaban ilusiones en abrazar los hábitos religiosos, ser profesores o buenos profesionales para ayudar a su familia. No había industrias y el comercio era de lo que producía la tierra.
Aquel pueblo había crecido, se delinearon sus calles, los jardines se arreglaron con bellas y coloridas flores, poniendo límites al vecino con árboles ornamentales, vinieron más variedad de aves entre ellas las silvestres, que rompían la monotonía de ciertas horas en el día. Se construyeron plazas y parques para el comercio, el convivir social, la ubicación de la iglesia y la casa de administración; donde las familias de dinero comenzaron a rodearlas como centinelas celosas.
A la hora anunciada por campanillas sonoras, los niños de la escuela salían de las aulas gritando y jugando por las calles solitarias, que horas antes eran testigos del viento que danzaba con el canto de los pájaros inquietos, y el suave trajinar de las damas que acudían a las tiendas de abasto para hacer las compras para el día, pero les vencía las horas por ser lugar de tertulias y chismes del pueblo, también se oía en lejanía alguno que otro martillar. En la tarde luego del trabajo, los señores del pueblo se reunían en las bancas del parque a comentar de los negocios y reír de las ocurrencias, algunos lo tomaban como la ocasión para fumarse un cigarrillo, que ostentosamente mostraban su marca y las bondades de sus bocanadas perfumadas. Pero, sorpresivamente estando en el mejor de los comentarios sonaba las campanas de la Iglesia llamando a la oración de la tarde y ponía fin a las charlas cotidianas, solamente se veían pasar señoras con mantilla y muchachos que llevaban reclinatorios caminando en son piadoso al llamado del señor.
Los días en estos sitios siempre pasan lentamente, pero hay momentos que se avivan con las risas de mayores que hacen grupos de tertulia, siempre estaban presentes en la banca señalada, frente al pretil de la iglesia, Luis, Alfredo, Alfonso, Ricardo y el gringo, así llamado por ser rubio de ojos azules, que había sido bautizado como José. Ellos comentaban la política del pueblo y de historias de los abuelos, no por eso dejaban de expresar sus deseos y aspiraciones con sus hijos. José siempre pesó en educarlos en la Capital, pero entrelazaban en las tertulias los consejos de los amigos y el ofrecimiento de relacionar con conocidos o familiares, para que se haga más fácil el traslado. En su caso era necesaria la atención a la familia que tenía que trasladarse, y la inscripción en escuelas y colegios para sus siete hijos.
Señor, como le llamaban los peones, tenía con sus hermanos una extensa propiedad heredada que se prolongaba hasta el nudo de mojanda cajas, dicha propiedad tenía que ser vendida a alguna persona interesada para trasladarse a la ciudad. El solo hecho de tratar de despojarse de ese bien material le traía amarguras y largas discusiones con su señora, hermanos, hijos y amigos, no solo por ser un recuerdo familiar, sino por ser el sustento material de la familia y la fuente de tantas anécdotas vividas.
Contaba siempre sus historias, sus aventuras de largos paseos por el monte, como aquella tras la persecución a un oso que asolaba su propiedad y casi encuentra la muerte, pero su agilidad de hábil cazador le hizo acreedor a tan deseado trofeo. Con el animal a rastras trajo a enseñar a sus amigos como premio de la constancia y como buenos compañeros brindaron con ganas unas copas de aguardiente producido en la zona, a pesar de que nunca lo hacía, pero ese momento valía la pena compartir con sus amigos. Otra ocasión, en una de sus caminatas resbaló por la pendiente a las aguas de un riachuelo que irrigaba los sembríos y servía como límite a su propiedad; a más del susto y el chapuzón no tuvo ninguna desgracia.
Si era casi un paraíso para sus hijos se podría decir que era el propio cielo, ellos jugaban a las cogidas, se subían a los árboles, recogían moras y frutos silvestres, perseguían a las mariposas, corrían por los prados siguiendo a los conejos, acompañaban al ordeño, tomaban de su leche, bajaban al río y saltaban entre las piedras, se mojaban sus vestidos y, si se presentaba la lluvia se extendían al espacio con los brazos abiertos como agradeciendo al cielo. Luego de la garua, saltando los charcos, regresaban embriagándose con el olor a pasto mojado y no pocas veces con raspones y heridas leves en rodillas y brazos, como fieles testigos de lo que la naturaleza brindaba y que, al exigir en proezas, también cobraba en caídas.
Pero la convivencia en el calor del hogar completaba la noche. Las canciones, acompañadas por la guitarra, hacían recordar viejas melodías que solo él sabía. Para la familia era el preámbulo de una noche feliz que, aunque oscura y sin estrellas les parecía que alumbraba la casa de ternura.
Los hijos habían comenzado sus clases en escuelas y colegios de la parte norte de la Capital, lugar donde encontró una quinta con ciertas características del campo; lo hizo por cuanto fue una oportunidad, una recomendación de amistades. Estaba en el extremo norte factible de estar cerca de su propiedad que aún no lo vendía y podía controlar el producto de los cultivos. Pensó en la estabilidad emocional de los menores y la facilidad de movilización. Todos asistían a centros educacionales regentados por religiosos para conservar esa fe que fue trasmitiéndose de generación en generación.
Todos se adaptaron rápidamente al cambio menos Heydi, la penúltima de la familia. Era una niña rubia, algo gordita, que le desbordaban los churos a su cara, como tratando de tapar su disgusto con sus compañeras de clase. No se relacionaba, se aislaba, pero reaccionaba peyorativamente con quienes le invitaban a jugar. Su estado emocional llamó la atención de la Superiora del Colegio y conversó con los familiares para que le pudieran ayudar en su comportamiento. Una buena llamada la atención hizo que fuera cambiando poco a poco, a tal punto que fue tomada en cuenta para llevar la bandera en los desfiles, entregar ramos de flores a las autoridades escolares que visitaban el colegio, recitar y presentarse en actos sociales propios de la edad.
Pero muy poco había cambiaba su carácter cuando jugaba con sus hermanos, quería tomar responsabilidades, pero había en ella una dejadez Sus hermanas tomaban el liderazgo, inclusive en juegos peligrosos; tenía temor a todo y mucho cuidado en aquellos pasatiempos que desbordaba las posibilidades de agilidad y fuerza. Pero si se lanzaba en plancha cuesta abajo por el pasto- rodando por la pendiente de la colina, como un impulso para vencer su estado de ánimo y romper el temor- su hermana se subía a los árboles. Sin embargo, ella solo hacía tentativas, sentía miedo a la altura, corría mirando al suelo por senderos en los que no había como caerse y nunca por lugares peligrosos, siempre se dejaba pescar en el juego de las cogidas, se portaba brava cuando no le hacían caso y siempre estaba pensativa. Fácilmente se podía confundir con una posible personalidad introvertida nada patológica, más bien manifestada por situaciones de adaptación y desconfianza, por lo tanto, controlable. Una de sus hermanas le decía en son de sentencia: “sigue así, que bien de a de ir”.
Cuando fue creciendo en cuerpo y años, bajo de peso, sus piernas se alargaron, sus pechos empezaron a destacarse y su figura iba tomando forma. Las hormonas del crecimiento y las propias como mujer se hicieron presentes y, propias de la edad de la pubertad, le llamaron la atención, Por eso fueron muchas las preguntas que hizo a veces incontestables para su hermana mayor con quién tenía más confianza.
Cuando tenía sus periodos que eran normales, se fastidiaba y se volvía más irritable y taciturna. Sin necesidad de lo referido había tardes luego de venir del colegio que pasaba por horas viendo al frente al edifico de un seminario cercano, posiblemente seleccionando a los estudiantes que paseaban en sus horas de recreo, como tratando de encajarles en su mentalidad en formación de gustos y preferencias, razonando en forma visual las diferencias con las formas de la mujer o porque había despertado en ella el deseo de ser amada. Posiblemente había apareció el deseo de querer enamorarse, sin saber de quién, por eso su mente trabajaba en la intrigante duda de saber qué es ese deseo todavía invisible y misterioso, que lo inducia a pasar las horas mirando de cómo sería su posible y futuro amor, un deseo innato en la mujer de querer lo bueno y perfecto para sus sentimientos, que sea alto y fuerte, distinguido, agradable, inteligente, que tenga poder en todos los sentidos factibles de la vida, muchas veces hasta que vistan de uniforme.
Bien vale recordar de aquel poema “El seminarista de los ojos negros”, de Miguel Ramos Carrión, la primera estrofa que dice:
…..Una salmantina de rubio cabello /y ojos que parecen pedazos de cielo,/mientras la costura mezcla con el rezo,/ve todas las tardes pasar en silencio/los seminaristas que van de paseo.
El misterio no lo pudo descifrar hasta cuando luego de graduada quería trabajar y poner en práctica lo aprendido, como que quería liberarse de toda atadura y sentirse libre haciendo cosas que solo a ella gustaba en su interior. Fue así como encontró el hombre que sería parte de su vida. Cierto era que antes había tenido muchas inquietudes y variadas propuestas, pero no encontraba cómo emparejar con lo soñado desde niña.
Cuando su padre enfermo y tuvo que asistir a hospitales, también se presentaron propuestas, ofrecimientos de amistad, y piropos que endulzaban su dolor, pero más era la aflicción de no ver sufrir a quien hasta ese entonces había querido como hombre. Todo lo demás no le importaba, su mente estaba ocupada en algo superior hasta ese entonces.
Si asistió alguna reunión o fiesta propia de la juventud, lo hizo con vigilancia de su hermana, por cuanto sus padres le cuidaban por su carácter tierno y temeroso y no le daban el permiso para asistir, sin embargo atraía las miradas de los jóvenes de su edad, pero no lo soportaba por inmaduros; deseaba una persona con criterio como la referencia que había idealizado, un ser escogido entre los comunes que lo haga entender lo que es el amor, razón por la que no asistía a las invitaciones de los jóvenes de su edad y más bien prefería las reuniones familiares o ir, como alguna vez lo hizo con su cuñado, a una reunión con personas mayores que ella, con quienes pasó aparentemente desapercibida y no lo tomaban en cuenta por su edad. Es decir, iba formando una personalidad cautelosa, desconfiada y temerosa, pero en su interior deseaba ser más sólida y se propuso ir construyendo paso a paso venciendo la dureza de la vida, acogiendo las enseñanzas familiares y ocultando esos caprichos de niña que fueron corregidos.
Cuando apenas se afirmaban sus sentimientos, su cuerpo había tomado forma, su rostro de niña se adornaba con el rubí en los labios y el delineador daba marco a sus ojos azules, su mente pesó en el matrimonio ante una propuesta concreta. Los hijos vinieron, con ellos las preocupaciones, las necesidades y las responsabilidades. Fue la época que toda familia tiene a su inicio, había completado su formación personal y ahora eran otras las metas que cumplir. Había que comenzar cubriendo las necesidades urgentes y fomentar un despegue al futuro.
La crianza de los hijos impidió que pueda trabajar, pero así se dio modos para ser más útil, y no necesitar en las urgencias de fondos que había que solicitar. La vida siguió su curso y no le preocupaba cuantas otras sorpresas estaba por presentarle, no se preocupaba, pues sabía cómo enfrentar y fue el amor por la música, que había heredado de su padre, el bálsamo en los sinsabores por nadie previstos.
La tormenta siempre tiene un comienzo y sin saber por qué, ni dar motivo, en los primeros meses de embarazo sintió los rigores y agresiones del destino, se avivaron las pasiones negativas y su interior quiso explotar, pero por delante tenía el embarazo que frenaron los impulsos y no pudo replicar. Había salido de su casa buscando cambiar de ambiente a una mayor libertad y entró en el torbellino del improperio, una convivencia limitada y azarosa a pesar de las promesas de conquista.
Sin embargo, su carácter iba mejorando, tenía más derechos y obligaciones, su relación se acomodaba a nuevas proposiciones y creía que por fin empezaba lo deseado.
Comenzaron las mejoras y las relaciones se hacían más numerosas, compraron bienes, los planes estaban enfocados en acrecentar y las posibilidades de obtener buenos negocios.
Muchas veces, para llegar a un fin deseado nunca miramos el camino que tenemos que recorrer para llegar, casi siempre nos pasamos por encima de personas y ordenanzas, unas veces, para conquistar el objetivo utilizamos los medios para nuestra conveniencia; en otras, el respeto y la consideración no juega, la ética solo es una palabra para conversar entre amigos y no para mostrar como tarjeta de presentación. Así comenzó su pareja a tomar como filosofía de vida y conquista del poder económico.
Una persona sutil, encantadora, de mentalidad en formación, sin maldad en su alma, con tristezas pasadas y ganas de conquista, puso a trabajar a su corazón, y la debilidad del contrapeso se hizo presente, acompañando a las ofertas tentadoras y pretensiones desmedidas. Estuvo en compromisos familiares, fiestas y cocteles, siempre fue en ellas una reina, su belleza desbordaba, como en el cuento de princesas comenzó a sacar del cofre interior sus valores y principios, y su comportamiento era diferente al anterior; su alegría se hizo presente, su chispa fue oportuna y su conversación amena. Definitivamente era otra persona, había cambiado tenía más conocimientos al enfrentarse en sociedad, hasta se proyectó en inimaginables conferencias societarias con seguridad y solvencia, envidiable para muchas mujeres que hubieran querido tenerla en aquellas reuniones feministas y por qué no decir, muchos hombre hubieran cantado “Señora Bonita”.
Viajaron y empezaron a gozar de los triunfos que iban obteniendo en pareja. Asistieron cada fin de semana a muchas reuniones de amistades importantes y sus hijos se educaban en colegios exclusivos. Los perfumes, la peluquería, los vestidos y las tiendas de lujo eran frecuentadas, se cambiaban los autos cada año con modelos siempre de alta gama, tenían edificio por vivienda y la vida parecía fácil.
La ambición también tentó al pretender asir el poder y comenzaron a rozar con políticos de moda, pero esta codicia llevó al jefe de familia a sentirse poderoso; que muchas veces cuando no podía conseguir lo que deseaba utilizaba la belleza de su consorte para conquistar un ajuste a sus negocios. Los comportamientos fueron desbordando el sentido común y aquella codicia rompió el saco.
Pronto aparecieron comprobantes no firmados por su persona, reclamos de compromisos desconocidos y deudas a pagar. Entonces, la hasta ese momento dulce princesa desató a los demonios escondidos y el infierno de Dante se hizo presente.
La separación vino como consecuencia y sus bienes fueron embargados. Hubo llantos y crujir de dientes, todo se había acabado, la reina volvió a un principio del cual salió a buscar su propia personalidad y del cual no debía haber salido cuando aún era una niña en formación, porque sólo encontró un mundo de ficción cruel y mentiroso.
Este cataclismo había coincidido con la entrada a una etapa fisiológica de la mujer que le volvía insegura e irritable. Con ella aparecieron enfermedades que comenzaron a molestar su organismo. Es decir su mente, espíritu y cuerpo había enfermado.
Acudía a consulta de especialistas y muchas veces no encontraba alivio a sus molestias- la mayoría atribuían aquel periodo fisiológico por ser mujer- pero nadie entendía lo que su interior sufría. Un día de esos alguien preguntó: “señora, ¿qué le está pasado?, ¿en qué le puedo servir?, ¿puedo ayudarle?”, alzo la vista y se cruzaron miradas con un personaje desconocido. Ese momento un temblor interior recorrió su cuerpo y quiso entender lo que estaba sucediendo. Un frío sudor- más de aquellos que tenía – mojo su rostro y nublo sus azules ojos. Había vuelto aparecer el amor en nebulosas, como aquel primer amor deseado. Estaba confundida y pensaba que aquel personaje también debía estarlo por su inusual comportamiento, pero no sabía que en él también su mirada hizo daño.
Trataron cada quien por su lado de despegar el misterio de un instante, los años pasaron y el destino dio una sorpresa con un encuentro que marco sus almas. Dos extraños que de las miradas pasaron a los aprecios, a las demostraciones de su atracción natural, a la expectativa de un siguiente día, los acercamientos pusieron tibiezas al ambiente, el amor vino con el calor de un verano. Se amaron en secreto y lo hicieron con locura, habían encontrado la paz que en otros momentos fue esquiva, una amenazante tiranía. Sin embargo, el ser furtivos del amor también era un amor prohibido.
El teléfono timbro por varias veces y de un salto me precipité de la cama, Me había despertado de una terrible pesadilla que había estado soñando.
Aquella niña era como una flor de monte cuya belleza quería salir del follaje interno de la selva virgen para recibir el sol, la lluvia, el roce del aleteo de mariposas, ser libre y que su perfume lo lleve el viento al infinito. Nunca quiso que ningún labriego le cortara de un solo tajo para morir en un florero, siempre pensó que debía ser como era una enamorada de la vida y un acicate de su eterno romance.
Todo esto en tiempos de pandemia.
FIN