Esta Referencia se encuentra publicada en el segundo volumen de “DESCRIPCION HISTORICO-FISICA DE LA PROVINCIA DE QUITO DE LA COMPANIA DE JESUS”, autoría del jesuita Mario Cicala, en una magnífica obra de 672 páginas, donde con mucho detalle nos escribe aspectos de nuestra flora, fauna, geografía humana, costumbres, defectos de los habitantes, en fin, una verdadera Monografía recopilada y escrita hace más de dos siglos, conozcamos entonces acerca de lo que nos indica el título que antecede, que corresponde al Capítulo XVI de la obra, que se la pudo conseguir en la biblioteca “Aurelio Espinosa Pólit”, disfrutémosla. El texto esta copiado tal cual se lo publicó.
Varias costumbres tienen los indios (hablo de los no civilizados y no neófitos sino gentiles de las misiones) y son verdaderamente singulares. Sus usanzas civiles prescindiré de sus costumbres y usanzas morales, son estas:
1) El indio que quiera cazarse debe irse a la casa de la joven que quiere por esposa y pedirla a sus padres llevando consigo algunas cosas o comestibles o vestidos para todos los de la familia. Entre ellos, esta es una ceremonia indispensable. En este primer paso, los padres reciben todo pero no le responden nada respecto a su pretensión. Después de quince días tiene en indio que volver con otro regalo diverso, pero ni tampoco por esta vez le hablan palabra alguna sobre su asunto; después de varios días vuelve la tercera vez, y si en esta ocasión no le dicen alguna palabra los padres de la joven, es signo evidente de que no la quieren dar por mujer. Pero si la jovencita prevenida ya por sus padres se pone de pie y le da la mano, entonces el joven le ofrece la suya, e inmediatamente saca su corona adornada de corales y vidrios y la pone al cuello y el mismo con sus manos quita del cuello de ella su corona y se la mete en el bolsillo y se retira. Este es el ceremonial civil de los indios para casarse.
2) Ya que el indio novio ha recibido el sí de la joven, hasta el día de casarse en la iglesia, tiene la obligación de visitarla cada día y llevarla alguna cosilla. En el día pues (y es otro ceremonial) todos los parientes de los dos novios tienen que hacer en el día del matrimonio su camarico, que quiere decir, regalo de huevos, gallinas, cabritos castrados, conejos, cuyes, vasijas grandes de chicha, esto es, cerveza, fruta y cada pariente invita a sus amigos, y cada uno en su puesto, en procesión lleva alguna cosa, y deben ser invitados al banquete y al fandango, esto es al baile, por los novios. Y toda esa función dura 15 y 20 días y, si es menos solemne y escasa, dura ocho días. Los gastos de los novios, a decir verdad, son poquísimos si se tiene en cuenta los cotidianos regalos; por el contrario, los nuevos esposos permanecen con gran ganancia y ventaja. Los que tienen espíritus nobles, pensamientos altos, ideas señoriales y pomposas, en el patio vecino donde esta su tugurio o casucha construyen una enramada, esto es una cubierta plana sostenida por varias vigas en forma de un paralelogramo de dos canas de alto (dato extra: cada cana, 1,555 mts., 8 palmos o 6 pies o dos pasos) y encubierta por ramas frondosas y verdes para defender del sol, y bajo ese techo, ponen las mesas, los bancos y escaños, etc., y allí a vista de todos comen, beben, hablan, gritan, juegan, suena la música y bailan. Pero los pobres de baja imaginación y de ánimo innoble hacen toda su función dentro de su casa.
3) De aquel día en adelante, terminada ya toda la función, la esposa no es ya mas esposa sino una esclava, una sierva del esposo, dado que ella no come jamás con el marido ni se atreve a tomar un bocado al mismo tiempo que él. Ella tiene que buscar la leña y el agua, tiene que buscar el alimento para el marido y lo tiene que llevar a donde él trabaja, aun cuando sea una milla, media legua, una, dos o tres leguas. Indispensablemente el medio día lo ha de llevar y sentado en tierra el marido, la mujer le va dando de comer y luego de beber, y de cuando llevó consigo, nunca recibe de su marido el más pequeño bocado. Y muchísimas veces que me he encontrado en las haciendas, de visita, he tenido la satisfacción y el agrado, de ver comer al mismo tiempo 20, 30, 40 y hasta cien indios cada uno con su mujer detrás a la espalda que le daba de comer, viendo ese devorar de cada uno sin darles una brizna a sus mujeres; y al cometer ellos esa suerte de inhumanidad se reían a carcajadas. Fuera de ellos hacia llevar yo algunas vasijas llenas de varios alimentos bastante mas delicados y preparados que sus mal condimentadas menestras y los hacia distribuir a los mas pobres y necesitados, ¿qué sucedía?. El indio se lo devoraba todo sin darlo a probar a su mujer y si yo le daba alguna cosilla a la mujer, ésta le entregaba inmediatamente al marido sin atreverse a meter a la boca ni siquiera un grano de fréjol o de maíz o grano de la India. Esta es una usanza entre ellos inviolable e inalterable.
4) Y esta es una usanza entre los indios, o casi entre todos ellos, no menos bárbara que la anterior y si es que si la india no es pegada o castigada de cuando en cuando por su marido, vienen los celos, las lamentaciones, las quejas con todos diciendo que el marido no la quiere, no la estima, no la ama. Todo esto parecerá al lector increíble, como me pareció increíble a mí, cuando me fue contada una semejante bárbara usanza; pero cuando luego lo vi con mis ojos los hechos y sucesos me he quedado espantado y aturdido y fuera de mí. Y es cosa cierta, ciertísima y podría aducir innumerables casos acaecidos conmigo mismo en las visitas de las haciendas, pero baste solo esto: nuestro sacristán indio (son indios en esta Provincia los sacristanes de todas las Iglesias) diestro muy capaz, casi cada día se embriagaba después del almuerzo y de cuando en cuando le golpeaba y castigada cruelmente a su mujer india, por lo demás de gran juicio y buen carácter.
De pronto ella venía llorando al colegio y acusaba a su marido ante el P. Superior para que lo hiciera llamar, lo reprendiera y lo castigara con algunos azotes según la costumbre de esos países. Pero la india a menudo venía a los primeros latigazos y entrando dentro del patio, llorando todavía con la cabeza herida y goteando sangre se lanzaba en presencia del superior contra el joven empleado que le vapuleaba, a quitarle de las manos la disciplina, y si no lo podía conseguir, inmediatamente se lanzaba sobre el cuerpo del marido gritando que no le azoten, porque lo quería mucho, y así impedía el castigo. Luego ocurría que por algunas semanas se abstenía de embriagarse el sacristán y lo pasaba tranquilamente con su mujer, pero ésta volvía de nuevo al superior y llorando amarguísimamente se quejaba que el marido le había pegado, diciéndole y manifestándole que no la quería ni la amaba, ni le demostraba afecto ni cariño alguno.
El P. Superior, haciéndole llamar al indio sacristán le reprendió fuertemente aconsejándole que estimase a su mujer y que era buena y juiciosa india y que trabajaba continuamente, y le amenazó castigarlo otra vez si ella volvía a quejarse de él. El indio tomó bien la lección, al día siguiente, no sé que función hubo de bautismo, y con los otros sacristanes se embriagó mucho. Fue por la tarde a la casa, la india le dijo algunas buenas palabras, pero el marido echando mano del enjulio del telar descargó sobre la mujer una gran tempestad de palos, le rompió en dos y tres partes la cabeza con varias heridas, y aún le maltrató en la cara, y después a altas horas de la noche vino la mujer a golpear la puerta con gritos y llantos lastimeros toda bañada en sangre, que todavía gota a gota le corría de la cabeza. El P. Superior ante esa vista digna de compasión, inmediatamente hizo amarrar al indio con el criado y en ese mismo instante le envió a la oficina de la fábrica con una nota al maestro de los paños que lo metiese en el sepo hasta el día siguiente para castigarlo inmediatamente que volviese a su razón y juicio. Efectivamente antes del mediodía se dirigió el P. Superior a la fábrica para hacer castigar al sacristán. Pero la india que muy de mañana había estado espiando siguió los pasos al Superior con la cabeza toda vendada y la cara descubierta y entró en la fábrica, exactamente después de la primera azotada llorando y gritando al Superior que no le haga azotar “no, no porque ya me ha mostrado que me quiere, ya me ha mostrado amor y afecto”, y dicho esto se lanzó sobre su marido para impedir el castigo. El P. Superior no podía comprender esa extravagancia o locura de la mujer, y la interrogó ¿cómo y de que manera te mostró que te quiere tu marido y te demostró amor y afecto, cuando te trata y te maltrata tan despiadadamente?. Ella inmediatamente le respondió: porque me golpea y maltrata me ama y me quiere. Estas palabras le dejaron grandemente estupefacto al Superior y le añadió: después no me vengas mas a romperme la cabeza con tus lamentos y con tus llantos, allá entre ustedes golpéense y hagan lo que les plazca y a mi me dejan en paz; acontecimiento ocurrido en mi presencia.
5) la quinta usanza de las indias es que cada mañana lavan a sus hijos metiéndoles en el agua fría, en un recipiente grande, o en el mismo río hasta la edad de dos y tres años, ya haga frío o calor, esté el agua helada o desleída; y ese baño dura una hora y hasta dos horas; naturalmente todos esos pequeños lloran y gritan tiritando de frío y temblando, las madres inmediatamente les pegan en sus delicados miembros con las manos y les azotan. Además las indias acostumbran cada día y de ordinario por la mañana, ir al río y allí lavarse por mucho tiempo la cabeza, el pelo y en lugar de jabón utilizan el jugo o espuma de la planta del sauco o de la penca hoja grande del cabuyo negro o Méjico; y las que no han podido hacerlo por la mañana indispensablemente lo deberán hacer después de la comida, porque son en eso limpísimas. Estas son las usanzas mas comunes y dignas de ser aquí anotadas. Muchísimas otras tienen, pero son bagatelas de ninguna consideración.
Hasta ahí la narración del Padre Cicala.