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La vida me llevó a ejercer mi profesión de ingeniero industrial en el Ecuador en las ramas de industria, agricultura, exportaciones, banca, inmobiliaria, comercio, entre otras, desde inicios de la era petrolera, en el gobierno del General Rodriguez Lara. La acumulación de experiencias me ha permitido sacar conclusiones objetivas y reales de los errores y aciertos que hemos tenido que enfrentar en la actividad privada, con el ánimo de aportarlas como referente para las nuevas generaciones.

El primer cambio de fondo, fue el inicio de la exportación petrolera, saliendo de la pobreza como país “sub desarrollado” por tener un ingreso per cápita de apenas de $495. Siete años les tomó a dos gobiernos de facto, para devolvernos el derecho a elegir democráticamente las autoridades. Con enorme algarabía, emergió una generación de jóvenes políticos que, con renovadas propuestas, desplazaron a los centenarios partidos conservador y liberal. La nueva etapa inició en 1979 con Jaime Roldós que representaba al populismo de Asaad Bucaram.

La primera decisión del joven presidente fue la duplicación del salario básico con emisión de sucres sin ningún respaldo. Así empezó el derroche del dinero que no había en las arcas fiscales. Así empezó la era de emisión caprichosa de papel moneda por orden del mandatario de turno, para cumplir las promesas de campaña. Apenas dos años más tarde, asumió el vicepresidente Oswaldo Hurtado ante el fallecimiento de Roldós, enfrentando los embates del fenómeno del Niño, que devastó gran parte de infraestructura vial, plantaciones de banano, camaroneras, etc. provocando la devaluación de la moneda. El remedio preferido era más emisión monetaria y la consiguiente devaluación.

Se institucionalizó el abuso de tapar los huecos estructurales. Los discursos demagógicos de ofrecer el oro y el moro, por un lado, y las demandas ilimitadas que ejercía un pueblo insatisfecho, por otro lado. Se derrocaron varios mandatarios, provocando una estabilidad que nos llevó a promediar un presidente por año. La incertidumbre imperaba ante la falta de rumbo. Así vivimos, con altibajos, sin ver la luz al final del túnel, hasta que el presidente Sixto Durán Ballén en 1992 planteó un modelo de crecimiento hacia afuera, promoviendo las exportaciones, atrayendo la inversión privada, estabilizando la moneda con un manejo responsable. Se alcanzó el gran PIB per cápita de $2.155 en 1996 saliendo del subdesarrollo.

Nuevamente asumió el poder el populismo, con gran inestabilidad política y monetaria, agravada por la confrontación limítrofe con Perú, que afortunadamente concluyó con el Tratado de paz firmado por Jamil Mahauad. Penosamente, las debilidades estructurales de la economía se profundizaban ante las guerras intestinas por alcanzar el poder, de las fracasadas estructuras partidistas que mermaban la confianza en nuestra moneda, provocando su devaluación DIARIA. La confianza se depositaba en el dólar norteamericano, hasta el punto que nadie quería hacer transacciones en sucres. A medida que discurría el año 1999, se tornaba invivible. Pasó de 4.882 sucres por dólar a inicios del año, hasta 25.000 cuando Mahuad, amenazado con ser derrocado, dictó la dolarización.

A partir del día siguiente, absolutamente todos los ecuatorianos, sentimos que pasó el terremoto y volvió la calma. Aunque dejando una estela de destrucción transversal en la economía. Se estaba pasando factura a todo el sector público y privado, por el manejo irresponsable de nuestra moneda. Se terminó el círculo vicioso de devaluar, emitir más moneda y volver a devaluar nuestro apaleado sucre. Este cúmulo de vivencias dolorosas nos lleva, a quienes la vivimos, a dar testimonio vivo del infierno que eso significó. Jamás deberemos poner nuestro futuro en manos de irresponsables que tengan el poder de emitir moneda propia.

¡NO REPITAMOS EL GRAN ERROR!

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