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Luego de haber pasado cinco dias escribiendo, en una residencia de escritura con Leila Guerriero, en una finca (estancia de acá) cercana a la población de San Pedro, cercana a Buenos Aires, escribo este artículo.

Un grupo de trece mujeres y dos hombres llegamos en una buseta (combi de acá) a un espacio lleno de patos, gallinas, pavos reales, llamas, caballos, perales, eucaliptos, duraznos, hierba, campo, campo, campo plano, liso, sin límite. Igual que un mar, pero verde. Con la línea del horizonte al fondo, pero sin olas. Todo valle (pampa de acá).

Todos conversan, se conocen, se cuentan, se rien, hablan alto. Hay mucha euforia, la expectación ha desatado una suerte de cascada que no para, un relajo (quilombo de acá) de voces emocionadas. Yo miro. Cuando muchos hablan yo no escucho. Llega Leila y corta el barullo con su presencia. Delgadita, de ojazos negros y rulos largos es mucho más seria de lo que la imaginé, más fría, más cortante, más real. A ratos sonrie, a ratos rie, pero de entrada impone una distancia de psicoanalista (de psicoanalista de verdad, no de esos que se abrazan con sus pacientes o terminan de socios en sus negocios).

Hay una diferencia entre redactar y escribir asquerosamente bien, dice. No hay que ser complaciente ni vengativo, dice. Lo importante de una no ficción musculosa es la mirada, dice. Y así continúa diciendo durante todos los días, en jornadas interminables que nadie quiere que terminen y con una generosidad y profesionalidad que hace que cada gota de sudor que hemos padecido al escribir valga la pena, que lo escrito esté a la altura de su vara, altísima vara.

Leemos lo escrito en voz alta, no solo la voz me tiembla, también los dedos que mueven la pantalla, también las piernas que ya no siento. Pero leo, leemos. Leemos a sabiendas de que ella sacará un cuchillo, una daga, un estilete y lo destruirá en dos tajos. Pero no, Leila es una maestra elegante: saca su bisturi.

Espero, sudo y espero su devolución. La primera parte está bien, me gusta, pero después se cae. No llegás a probar que Toledo es detestable. «Perfectas muñecas» es un lugar común que por tu prosa sé que podias encontrar otra descripción. En «hábil amenazador» hay un juicio moral, tu dedito acusador se alza en la frase. Y así continúa con los quince textos, de uno en uno. Sin ahorrar críticas ni elogios, sin ahorrar el profesionalismo que le brota.

No quisiéramos que termine, pero termina. -Estuvo muy chévere (bárbaro de acá), un millón de gracias. -No, por favor (no hay de qué de acá). Le entrego unos chocolates ecuatorianos cuyo semáforo le advierte el daño irreversible que le harán, me los comeré igual, ríe con esa risa que tanto ahorra, pero que le queda tan bien.

Recojo mis cosas y la maleta no alcanza, saco cosméticos, meto zapatos, pongo camisetas (remeras de acá), saco cepillos. No lo logro. Una de dos: o se achicó la maleta o aprendí más de lo que parece.

Debo escribir esta columna y no sé qué ha pasado en mi tierra. Abro ese nuevo periódico digital y encuentro faltas hasta en los titulares. Desprolijidad. Confusión. Ay, Leila, Leila, me arruinaste la mirada.

https://www.eluniverso.com/opinion/columnistas/desde-aca-nota

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