“Las opiniones publicadas en este espacio son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan la opinión de la Asociación de Cotopaxenses Residentes en Quito. Todas las opiniones han sido publicadas con la expresa autorización de sus autores.

Duerme, duerme negrito que tu mama está en el campo negrito… les cantaba a mis hijas blancas a la hora de dormir. Y si negro no se duerme viene el diablo blanco y ¡zas!, le come la patita… les cantaba a mis hijas blancas a la hora de dormir. Porque soy de esa generación que soñó con cambiar el mundo con canciones, que soñó ver crecer a sus hijas blancas junto a hijos de todos los colores y creyó que a los diablos blancos se les iba a ablandar el corazón.

Pero también soy de esa generación que en el patio de la escuela corrió y gritó y persiguió jugando: ¿Quien quiere al hombre negro? / Nadie / ¿Por qué? / Porque es negro / ¿Qué come? / Carne / ¿Qué bebe? / Sangre

Y, mira por dónde nos vinimos a dar cuenta de que quien come carne y bebe sangre es el diablo blanco, son todos los diablos blancos capaces de torturar, de matar, de ocultar, de callar, de inventar, de mentir. Esos diablos que han manchado y siguen manchando de sangre a Ecuador.

Le leo cuentos a mi nieto y de inmediato se los aprende de memoria, pero hay historias que no entiende. Caro le ha comprado la biografia de Martin Luther King, y él no entiende. Pregunta y pregunta por qué habia baños solo para negros, por qué Coretta no podía subirse al bus, por qué gritaban y marchaban y pedían justicia. -¿Qué es «justice», agüella?

Le recito poemas. Le hago juegos con las manos, con los pies, con las rimas, con los ritmos: En un convento, borombombón, de Caballito, borombombón, había una negra, borombombón, con tres negritos, borombombón. Mientras la negra, borombombón, bailaba el tango, borombombón, los tres negritos, borombombón, hacían bizcochos, borombombón.

Pero no sé cómo le contaré a mi nieto que no eran tres negritos sino cuatro, que no estaban en el barrio argentino de Caballito sino en un barrio con nombre argentino en Guayaquil: Las Malvinas, que sus mamás no bailaban el tango cuando ellos salieron y que no fueron a hacer bizcochos sino a jugar fútbol, pero que no volvieron. No sé cómo pronunciaré sus nombres: Saúl Arboleda, de 15, los hermanos Ismael y Josué Arroyo, de 15 y 14 años, Steven Medina, de 11. Solo tenía 11 años, apenas 5 más que mi nieto!

No, definitivamente no sé como pronunciaré sus nombres, tampoco sé cómo le diré que aún no sé lo que es «justice» porque en el país donde vive su abuela lo niños no están seguros, porque los encargados de cuidarlos, al parecer, no tienen sentimientos ni alma ni nada, solo fuerza; y, porque los encargados de ordenar a quienes tienen que cuidar a los niños tampoco parecen tener sentimientos ni alma ni nada. Tendré que decirle que estamos entre bad guys ciegos de vanidad y de poder, diablos blancos capaces de torturar, de matar, de ocultar, de callar, de inventar, de mentir.

Don Pedro Restrepo, quien tuvo el coraje de buscar a sus hijos desaparecidos por otros diablos blancos y dejarnos un ejemplo de valentía, tuvo también la decencia de morirse poco antes de saber que los cuerpos calcinados eran de los cuatro chicos de Guayaquil. Que su muerte nos despierte a los ecuatorianos, que volvamos a cantar y a juntar nuestras voces en un estruendoso grito: ¡Diablos blancos #NuncaMas!

https://www.eluniverso.com/opinion/columnistas/diablo-blanco-nota

Compartir publicación