Cementerios, día de finados, costumbres y algo más.

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Junto a los templos católicos, se han evidenciado espacios para dar sepultura a los «finados». Los indígenas sepultaban a los suyos -en la mayoría de los casos- junto a sus casas, asunto que la Iglesia fue cambiando paulatinamente.

Los cementerios católicos, fueron espacios que luego tuvieron una variación, con los cementerios «laicos» por así decirlo, de los primeros, quizá el más antiguo lo fue en San Francisco y de los segundos, el ubicado en el «Vergel» al norte, junto al ahora aeropuerto, parece ser que se lo inició en 1886.

Es difícil establecer los espacios de enterramientos indígenas en Latacunga, probablemente en San Sebastián quizá.

En nuestro cementerio existen pequeños «mausoleos», destacándose los de Juventud Obrera, Sindicato de Choferes, Artesanos de León y otros de carácter particular en menores proporciones.

Bellas esculturas como la de Margarita Espinosa Naranjo de Paez (1910) trabajada en Italia, la de Francisca De Howitt Adatti (1951) esculpida en Cuenca, son dos significativos ejemplos de lo que se puede apreciar en el citado cementerio.

Un catafalco romano, dónde reposan los restos del molinero francés Arsenio Poultier Morin (1921) es el único allí expuesto; junto a él estan los restos del también molinero frances Arsenio Robert Martinod, antecesor de los Córdova Robert y Córdova Cepeda entre otros.

De las lápidas, quizá la más antigua es la del un Sr. Julio Galarza, quien fallece un 31 de agosto de 1889, otras más antiguas han desaparecido y estaban en la pared que da a la calle Quito, junto al primer ingreso del cementerio.

Este cementerio tiene poco espacio ya, aparte de lo contratado con anterioridad, por ello se ha construido otro en el sector de Nintinacaso al sur.

Hay otros antiguos como en San Sebastián y San Felipe, y otros lógicamente en las parroquias urbanas y rurales.

En cuanto a las muchas costumbres de ceremonias indígenas en el día de finados, por ahora, resalto a dos.

La primera es aquella que nos indica don Pedro Fermín Cevallos, en eso de que los indígenas «se apoderan de las campañas», narrada en 1889, y «…asidos desde las vísperas de los badajos, no dejan de tocarlas hasta entrada ya la noche. Creen que se sacan almas del purgatorio con el tañido de las campanas, y esos inocentes trepan solícitos a las torres para «hacer hablar a las campanas» , como dicen, y dar alivio a las almas de los deudos que han perdido….».
Llevan ofrendas y alimentos.

La segunda: que mientras rezan los «responsos», hurgan con los dedos la tierra que encuentran en las junturas del embaldosado de los templos y le riegan con agua, a fin asimismo de refrescar a las almas.

Además se puede comentar, que en los cementerios y templos, hablan en voz baja con acento contrito de modo que se oye un solo rumor. Hacen comidas rituales, con una lentitud ceremoniosa, pagan para los responsos, no hay chicha, comparten sus alimentos entre sus familias.

Dario Guevara, comenta, en una elaborada y bien sustanciosa interpretación, acerca del sentido de las ofrendas a las almas, en los cementerios, concluyendo que en las guaguas de pan y en la colada morada, residen en escencia, el cuerpo y la sangre que antaño los Incas ofrecían a los dioses, en las ceremonias de sacrificios.

Paulo de Carvalho-Neto, describe que en algunas ceremonias, la chicha que llevan los indígenas, la vierten sobre la tierra y, al verla desaparecer, dicen que » el muertito está con sed». Pagan al cura para que dé responsos por «el almita» del difunto y de rato en rato siguen tomando licor, hasta que a las seis de la tarde, salen del cementerio embriagados y en el camino pelean.

Por otro lado, las costumbres ya luego de la conquista, los blanco-mestizos, realizan visitas a los cementerios, es un día triste, visten de luto, llevan ofrendas, coronas, tarjetas para dejar evidencia de la visita, en fin, algo de eso vemos hasta hoy, si tomamos en cuenta, que muchas familias deciden cremar al difunto y esparcir sus restos en el sitio que el difunto haya solicitado, a veces se escucha que el «muertito» habria determinado que sus cenizas sean regadas en montañas, rios, volcanes, parques etc., o la familia las conserva en un espacio en casa.

En los velorios, hasta hace pocas décadas, las ventanas, puertas y parte de las paredes, eran cubiertas por telas negras, se quitaban cuadros y adornos y en más de un día se lo velaba en casa o alguna institución.

Los deudos y asistentes apoyaban con dinero, que era juntado para las familias pobres (buzón de caridad) y los nombres de los donantes y sus cantidades eran publicados en un Medio local.

Invito a visitar nuestros templos, sus espacios para entierros, y vivir este día de manera especial, recordando, de ser posible, lo mejor de nuestros deudos, recordarles con alegría, por todo lo que nos dejaron, especialmente «un nombre», entonces a seguir sus ejemplos de vida.

Un saludo especial

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